➷ Amarillo

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Seungmin's point of view

Era mi última excursión del año y, por ello, la mejor, pues, además de constar de cinco días con noches incluidas, nos dejaban infinitamente más libertad que en otros viajes. No éramos un curso muy grande, por lo que nos valió con un pequeño albergue situado en el pueblo para todos, y sí, nos alojaríamos en un pueblo, allí sería nuestro grandioso viaje, y para qué mentir, nos encantaba de la misma forma que si hubiera sido un hotel de cinco estrellas junto a la playa. Éramos niños, solo nos importaba no tener clases y poder compartir habitación con nuestros amigos.

El primer día, un guía nos hizo un pequeño tour por el pueblo, más que nada para que supiéramos guiarnos durante el tiempo libre que tendríamos todas las tardes, y a pesar de ello, no fueron pocos los que se perdieron esa misma tarde buscando la vuelta al albergue. Yo mismo, y Changbin, mi mejor amigo de ese entonces, tardamos casi una hora en llegar, recorriendo las mismas calles una y otra vez con desesperación. 
                  
El segundo día, Changbin prefirió quedarse por los alrededores para no arriesgarse de nuevo, pero yo tenía ganas de explorar, y gracias a ese impulso fue como lo conocí. 

Caminé tanto que, sin percatarme, crucé los límites impuestos por el guía, pero poco me importó, pues yo tenía un objetivo puesto a varios metros de distancia, y pensaba alcanzarlo. A lo lejos había divisado un precioso e inmenso campo de girasoles, tan brillante que parecía realmente un mar de pétalos amarillos. 

Y fue aún mejor cuando me adentré en su interior.

Eran todos enormes, parecían flores gigantes o que yo me había convertido en un enano. Inconscientemente empecé a reír, y luego a correr, y así seguí durante casi diez minutos, hasta que me detuve en seco al escuchar una voz que no era la mía propia.

—¡Vamos, ánimo, un dos un dos un dos, así, muy bien, síganme! 

Me asomé curioso entre los tallos, buscando al dueño de aquellas extrañas palabras, y no me demoré ni dos segundos en hallarlo. 

En la calzada continua, frente a mí, se encontraba un pequeño niño, casi de mi altura, con el cabello rojizo y la tez pálida. A primera vista, ya de por sí me pareció atractivo, simplemente parecía resplandecer, congeniaba a la perfección con el ambiente. Debido a sus holgados y desgastados ropajes, supuse que vivía en el pueblo, aunque me costaba hacerme la idea de que alguien, y menos un niño, pudiera hacer vida diaria en ese lugar tan apartado del mundo.

Estuve mirándolo unos segundos, observándolo en silencio e intentando averiguar con quién diablos hablaba, pues iba caminando, pero cada tres pasos se giraba, mirando a su espalda y soltando palabras de aliento, como si tuviera un gran ejército siguiéndolo.  Pero finalmente, como era de esperar, me descubrió, dando un gran salto por la sorpresa y señalándome acusatoriamente con su dedo, como si yo fuera el mayor malhechor de todos los tiempos.

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