➷ Rojo

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Puedo asegurar que, a pesar de haberla visualizado en un millón de situaciones distintas, jamás imaginé que nuestra primera vez habría sido de tal forma.

Como la mayoría de los días, fui a recoger a Jeongin a la salida aprovechando que me venía bien de camino y él siempre salía casi diez minutos más tarde, por lo que me daba tiempo de sobra para llegar. Al igual que otras veces, me entretuve con el móvil, apoyado en un muro, mientras esperaba a que saliera gritando mi nombre y viniera corriendo hacia mí, como solía hacer, pero ese día no lo hizo. 

—Hola —murmuró cuando ya estaba a centímetros de mí, sorprendiéndome por su inesperada llegada. A pesar de todo sonreí, guardando inmediatamente el móvil para abrazarlo, pero al levantar la vista vi que tenía la cabeza gacha y ni siquiera me miraba. 

—Innie —lo llamé, ligeramente preocupado—. ¿Estás bien?

—Sí —respondía aún sin mirarme, dando a entender que obviamente algo ocurría, y por el tono de voz no parecía nada bueno—. Vamos a casa. 

A pesar de todo preferí no insistir en ese preciso momento, así que comenzamos a andar hacia el coche, yo rebuscando las llaves en el bolsillo y jugando con ellas para romper el incómodo silencio que se había formado. 

—¿Ha pasado algo en clase?

—No es nada. 

Y de nuevo silencio, que era lo que más me mataba. No me gustaba que no me contara las cosas, principalmente porque eso me impedía hallar una forma para ayudarlo, porque me sentía excluido, pero de todas formas volví a callarme, alargando el silente trayecto varios minutos más, concretamente hasta que mientras conducía, me percaté de la ligera hinchazón que cubría parte de su labio inferior. 

—¿Por qué paras? ––preguntó desconcertado al ver que yo detenía el coche en el primer hueco que encontré. Podía haberme callado y esperar a llegar a nuestro piso, que se encontraba tan solo a unas calles de distancia, pero no lo hice, simplemente no pensé en ese momento. Le agarré la mandíbula para comprobar que efectivamente tenía el labio roto—. ¡A...ah, duele, Minnie!

—¿Cómo te has hecho eso? ––pregunté serio, aflojando ligeramente el agarre pero sin soltarlo, para que me devolviera la mirada––. Y no me mientas. 

—No iba a mentirte.

—¿Entonces? ¿Por qué tienes el labio roto? Responde, por favor. 

—Si no puedo mentirte, no te lo cuento y ya. 

—Jeongin... —Rodé los ojos, frustrándome por tenerme que topar con esa inusual faceta del pelirrojo precisamente en ese momento. Decidí calmarme, porque de esa forma, si lo seguía atosigando, no llegaría a nada, así que lo solté, y él inmediatamente desvió la mirada, apartando la vista y clavándola en el cristal de la ventana—. Solo me preocupo por ti...

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