➷ Beige

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Me encantaba tocar a Jeongin, siempre me gustó poder sujetarlo de su estrecha cintura y colocarlo sobre mí en el sofá, acariciarlo y comenzar a desvestirlo, tomándonos nuestro tiempo, pues el piso era únicamente nuestro y nadie nos metía prisa. Cualquiera diría que nuestra primera vez fue en aquel sofá tan cómodo en el que solíamos pasar las tardes, y probablemente lo hubiera sido si no fuera por la inoportuna adquisición que tuvo Jeongin en esa época. 

Un hámster chino.

Sí, un adorable y enano roedor de tono beige con la inaguantable habilidad de llamar la atención de mi novio en los momentos más inoportunos, dígase de los más comprometedores, calientes y subidos de tono. 

—¡A...ah!, joder... 

—Dices que pare, pero a ti también te gusta cuando me muevo así... —siguió restregándose contra mi erección, aún guardada en mis vaqueros. Él en cambio estaba únicamente en bóxers, y ya podía apreciarse el bulto bajo estos, era una imagen tan morbosa que podría haberme venido solo viéndolo—. Minnie mentiroso...

—Jeongin, levántate, voy a quitarme los vaqueros.

—¿Quieres que te la chupe?

—No, bebé, hoy vamos a hacer algo diferente —respondí relamiéndome, ya con las manos en mi cremallera, ansioso por llegar al final con el pelirrojo. Pero de nuevo, antes de poderme colocar otra vez sobre Jeongin, ahora estando ambos en ropa interior, se escuchó aquel sonido que siempre interrumpía mi entrada al paraíso. 

—¿Es Jeongnie? —Sí, había unido mi apodo y su nombre para formar el del maldito ratón entrometido. Se puso en pie y levantó una ceja con expresión desconcertada, haciendo silencio para escuchar mejor los insistentes chillidos del roedor—. ¡Es Jeongnie!

—Quizás el vecino se compró otro igual y no es Jeongnie ––me excusé débilmente, haciéndome a la idea de que de nuevo hoy no lo haríamos. 

—Es Jeongnie, está llorando, Minnie...

—Los ratones no lloran, por dios. 

—¡Tú lloras, ellos lloran, estúpido! —exclamó antes de ir desesperadamente a por el animal que parecía haber tomado como hijo. Yo rodé los ojos, suspiré, y también me puse en pie para seguirlo hasta el cuarto donde teníamos la enorme jaula para el maldito hámster. Cuando llegué estaba con el ratón en las manos, acunándolo de la misma forma que si fuera un bebé. Me habría resultado tierno si no fuera porque yo aún seguía cachondo, y Jeongin a medio vestir—. Ya pasó, ya estoy aquí, tranquilo, Jeongnie...

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