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YOONGI

¿Por qué demonios no se va? Me he fijado en Hoseok a lo largo de los años. El tipo es difícil de perder. El chico dorado y más grande que la vida. Siempre rodeado de un gran grupo de amigos alborotados. Los profesores lo adoran. Es una estrella del fútbol, del béisbol, de todas las áreas deportivas de nuestra escuela.

Todo el mundo conoce a Hoseok.

Pero no me di cuenta de lo molesto que era. No me dejaba en paz, y si no hubiera estado llegando ya tan tarde por la maldita lluvia, no habría cedido y me habría subido a su lujoso coche.

Pero no podía perderme esto.

Estos días aquí en The mission downtown. Me mantienen cuerdo.

Por extraño que parezca, me atan a la vida que debería aborrecer y de la que no quiero formar parte. Pero cuando niños como Jungwhan y Doyoung me miran con algo parecido a la esperanza en sus ojos, me siento más cerca de la plenitud que nunca.

Empecé a ser voluntario aquí el año pasado. Todos los niños están en régimen de acogida y se trata de un programa extraescolar, que básicamente consiste en asegurarse de que reciben comida y algún tipo de espacio seguro antes de que vuelvan a sus hogares de acogida rotos. Porque todo el mundo sabe que el sistema está roto y totalmente defectuoso, pero de alguna manera, esto es lo más cerca que podemos llegar a una solución.

Después de despojarnos de nuestras empapadas chaquetas y dejarlas en un gancho junto a la puerta, Hoseok –el molesto idiota– no pierde el tiempo y se sienta junto a Leeso, una chica tímida, e inmediatamente consigue que se involucre.

Este. Hijo. De. Puta.

Apenas puedo sacarle dos palabras a esa chica, y creo que él ya ha conseguido una sonrisa de ella. Sacudo la cabeza e intento ignorarlo mientras tomo asiento junto a Jungwhan, tomando unos lápices de colores de mierda que me han proporcionado las donaciones.

Cuando reciba mi primer cheque de verdad del salón de tatuajes, les compraré a estos chicos material artístico de verdad. Pero a Jungwhan no le importa. Agarra varios colores y empieza a delinear algo que aún no tengo muy claro. El chico es sólo unos años más joven que yo. A sus trece años, me recuerda mucho a mí mismo cuando estaba en su lugar. Y tiene mucho talento.

—¿Cómo van las cosas? —Preguntó en voz baja, indagando con cautela en su vida, como hago siempre, pero teniendo en mente lo mucho que odiaba que alguien me hiciera eso. Cuando estaba atrapado en una casa de acogida. Iba de casa en casa, de un padre de acogida a otro que no me quería. Que sólo querían el pequeño cheque del gobierno para tenerme bajo sus techos de mierda, pero que utilizaban el dinero para Dios sabe qué mientras mi estómago gruñía y mi ropa se deshacía.

Sus hombros pequeños –demasiados pequeños para su edad– se encogen de hombros mientras dibuja distraídamente, sin arriesgarse a mirar en mi dirección.

—Está bien.

Está bien. El código universal para decir que no está bien.

Miro hacia la mesa que está contra la pared. Está repleta de zumos y diferentes aperitivos.

— ¿Quieres comer algo?

Asiente con la cabeza.

—Sí.

Lo miro fijamente, intentando decidir si le creo, pero el chico no es tonto. Sabe que esta puede ser la única vez que coma esta noche. No es una exageración. Sé que algunos pensarían que lo es. Que, por supuesto, los padres de acogida quieren tener a los niños por la bondad de su corazón. Si no, ¿Por qué lo harían? Y estoy seguro de que algunos lo hacen, pero yo conozco el sistema desde dentro. Y sé, sin duda, que al menos la mitad, si no todos, de estos niños –que están hacinados en esta vieja y deteriorada habitación que por suerte tiene calefacción– se han quedado sin cenar más veces de las que está bien que los niños se queden sin comer.

HOSTIL [YOONSEOK]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora