Capítulo II

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"No. No me pidas que no vuelva a intentar que las cosas vuelvan a su lugar". 

Arrancármelo- Wos

2. Una sonrisa afortunada

 Una sonrisa afortunada

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Julio 21, Argentina. 

Hace frio, mucho frio, pero aquí estoy yo, parada en media vereda con un helado de menta granizada en mis manos. No pueden decirme nada, después de todo, el helado alegra los días grises ¿No?

Y eso es lo que necesito ahora mismo, tan solo un poco de buen humor y alejarme de las miradas serias y críticas negativas.

Hace meses mis padres dejaron de pagar el club, meses en los que tuve que dejar a un lado al equipo, siendo yo la capitana. Me dolió confirmar que a ellos no le importaba algo que a mí sí, pero no iba a dejar que todo acabara tan fácil, no después de años luchando para sentir que merecía aquel lugar. Por esa razón, me puse a buscar trabajo como loca, recibiendo rechazos por doquier. Rechazos que me hacen sentir cada vez más inútil.

Un golpe me toma por sorpresa, desequilibrándome y provocando que mi pobre helado termine en el suelo junto a mis esperanzas y ánimos.

Levanto la mirada del suelo para mirar al culpable del crimen contra mi helado, encontrándome con una sonrisa y unos ojos negros que me miran curiosos.

—¡Ay, perdón! –pide con una voz suave y delicada, como si temiera romper algo con ella—. Pero mira el lado bueno, te salvé de comer esa asquerosidad de sabor.

—¡Oye, es mi favorito! Y me hiciste perder plata, como si no me hiciera falta —murmuro tan bajo que cualquiera no hubiese escuchado.

Su sonrisa persiste, pero sus cejas se arrugan mientras su cabeza se ladea, mostrando incertidumbre.

—¿Problemas financieros? —pregunta.

Tiene algo, no sé qué, pero que hace que mi voz interior me exija contarle absolutamente todo, confiada que él no me juzgará. No quiero escucharla. No quiero arriesgarme, equivocarme y comprobar que dirá lo mismo que todos dicen, a pesar de que les cuento mis razones. Estoy cansada de escuchar «Estas cundida de plata, deja de joder»

—Estoy buscando trabajo –digo, sin más.

—Por tu cara veo que no va muy bien —dice, buscando algo en su mochila.

¿Por mi cara? Hasta donde sé, tengo una sonrisa, no como la de un payaso, pero si una normal, una con la que cualquiera aseguraría que todo está bien.

—No, ahí está el fracaso numero veinte. —Señalo a la heladería—. Según ellos, no tengo la suficiente capacidad intelectual —suelto con bronca, recordando la excusa barata.

Él queda quieto como piedra, parpadeando repetidas veces. Me mira fijo, luego al helado y por ultimo a la heladería. Para mi sorpresa, empieza a reírse como si le hubiera contado el mejor chiste del mundo.

—O sea ¿Te rechazaron y le compraste un helado?

Quizá debería argumentar las causas de mi acción, pero eso no sucede. Me sorprende las enormes ganas de reír al darme cuenta de mi ridícula acción. Intento reprimir y no demostrarle confianza al extraño, pero es inevitable. Termino riendo con él.

Pero el momento divertido frena cuando él tira su mochila tras sacar una lapicera y toma mi mano.

—¡Oye! —Intento empujarlo hasta que siento como escribe algo en mi extremidad.

—Este es el número y dirección de una cafetería. Diles que sos mi amiga. Ya sé que no lo somos, pero te ayudará un poco.

—¿Por qué me ayudas si ni siquiera me conoces?

—Me sentí mal por tu helado. —Muestra una sonrisa de oreja a oreja.

—Supongo que gracias...

—Matteo. —Une nuestras manos, alegremente—. Si nos volvemos a encontrar, te dejaré llamarme Matt. Muchísima suerte...

—Sofía Acosta, pero si nos volvemos a ver, te dejaré llamarme solo Sofía. —Sonreí genuinamente.

—Entonces, ci vidiamo, Sofía Acosta.

Él se va y lo sigo con la mirada hasta perderse entre la multitud.  

Casualmente Destinados #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora