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—Te dije que vinieras sola — ella llegaba al sitio donde yo ya me encontraba, vi con un poco desprecio hacia él, él y su ridícula sonrisa.

—No quería que viniera sola, no le dijiste para qué y no confió de eso — dijo él, en respuesta a mí comentario.

—Pareces un maldito zancudo, mierda, ¿era mucho problema dejarla venir sola y ya? — inquiría en un rugido, que se debilitó en lo que empecé a toser de nuevo.

—¿Estas bien? — de inmediato la ojiazules soltó la mano de su acompañante y fue hacia mí, tomé sus mejillas y pegue mi frente a la suya.

—Nunca he estado bien, mi amor, pero ya no estaré mal nunca más, ya no me dolerás más... — la abrace, sentía mi corazón latir cada vez más lento, me recoste en el pasto, estaba tan verde y cuidado que me daban ganas de no moverme — Te llame aquí para que me vieras por última vez, quiero decirte que eres lo que me mantuvo vivo todos estos años.

Empezó a llorar mientras mi tos atacaba de nuevo, me senté para que fluyera más natural, ella vio los pétalos salir de mi garganta ensangrentados y su llanto se descontroló más, buscó mi abrazo, lo encontró y me abrazo como nunca, con amor, con miedo, con tristeza, quizás impotencia, todo mezclado.

—Perdoname por no avisarte que esto me pasaría, pero... Ambos sabíamos que nada es para siempre, y yo soy eso que tampoco duraría.

—Me lo prometiste, me prometiste que jamás te irías, jamás en la vida — sollozó ella, me dolía hasta el alma ver la tristeza de su vista.

— Lo sé, pero no puedo hacer más, mi tiempo se marco cuando empecé a toser de flores, y esa fecha y esa hora en la que iría estan aquí... — levante su cara con su barbilla, la hice mirame — No me despegare de ti, ni en vida ni en muerte, seguiré acompañándote, lo juro... Yo — la tos, la maldita tos que yo mismo me busque, ahí estaba, reclamandome para llevarme con ella.

—No, no, no, no, no, no, debe haber otra forma, ¡no! — grito en sollozó — Sólo dime, ¿qué hice mal? ¿Por qué me toca perderte?...

—No hiciste nada mal, cariño, el destino no tenía los planes en mi favor.

—El destino puede irse a la mierda — aún entre lágrimas me abrazo más fuerte — termina de escupir eso para que terminen de germinar y vayamos a casa, esto ya no es divertido — su pareja la tomo de los hombros y la apartó, «Tranquila» le decía, «estara bien» le decía, pobre tonto.

—No, mientes, ¡nada estará bien!, ¡esta muriendo por amor a...! — grito ella soltando su agarre, me veía a mí ahora — ¿Por qué tenía que presenciar esto? ¿Querías verme sufrir? ¿O qué? ¡Responde! — tomó mi cara, yo ya casi no podía hablar bien, tenía tallos crecientes en el esófago, querían salir, luchaban por hacerlo.

—Mi alma, mis intensiones nunca serán para nada hacerte sufrir, sólo pensé que podrías apoyarme aún en mis últimos momentos, y yo podría despedirme bien de ti, pero... — se corto mi frase, ella puso su dedo pulgar en la comisura derecha de mi labio.

—Hablar duele, ¿no es así? — preguntó, asentí y ella dio un beso en mi mejilla.

Aún podía decirle algo, aún quedaba aliento para algo más, lo sabía...

—Te amo, mi princesa, siempre recuerda mis consejos, mis palabras, actúa como si fueras yo...

Y dejé de respirar...

Relato de Hanahaki DiseaseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora