El juego de la muerte

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Había una vez un lugar donde se celebraban unos juegos macabros y retorcidos que a todos asustaban. Ese lugar se llamaba Morte y quién entraba como juguete no salía. Sin embargo, cierto día decidieron darle a la familia de turno una pequeña oportunidad cambiando la forma del juego.

—Quien llegue al final vivo podrá marcharse por sus propios pies —dijo alguien a través del altoparlante mientras encapuchados ponían armas filosas a sus pies.

Entonces, el jefe de la familia, un hombre de unos cincuenta años, miró de reojo a sus hijos quienes tenían expresiones pétreas en sus rostros. Era como si no temieran por sus vidas pero se lo atribuyó a un estado de shock y continuó su recorrido con la mirada hasta ver a su esposa hecha un mar de lágrimas. La pobre mujer estaba muy asustada, hiperventilaba y creía que le faltaba poco para tener un ataque de pánico. Observó a su madre siendo sostenida por sus hermanos. Fue ahí que se prometió que todos saldrían vivos.

Sin embargo nadie que entraba a ese lugar maldito salía.

Ninguna de las 10 familias desaparecidas a lo largo de los años lo había hecho.

Ni siquiera se habían hallado rastro de los cuerpos.

Así que por mucho que quisiera sacarlos con vida, no lo lograría. Ese era el objetivo del juego. Sólo saldría vivo uno. Y ese uno tenía que ser él. Aunque pareciera egoísta era la realidad. Eso era lo que pensaba el hombre cuando se agachó y tomo un hacha del suelo. Y eso mismo se repetía cada miembro de esa familia mientras tomaban un arma. Todos querían vivir y harían lo que fuera por lograrlo.

No obstante, era evidente quienes morirían primero. Así fue que los hijos del hombre asesinaron a sus tíos, él a su esposa, la hija mayor a su abuela y mientras ella distraía cuidar a su hermano menor, este moría a manos de su padre quien estaba cumpliendo lo de hacer lo que fuera por salir de ahí. Incluso si eso conllevaba eliminar a su descendencia, por ello no pensó dos veces en rebanar el cuello de su hijo menor. Cegado por el instinto de supervivencia olvidó que lo más importante son los hijos y eso le salió caro porque, finalmente, no fue él quien terminó en pie aquel día.

—Vete al infierno, padre. Espero que te pudras ahí por matarle. Dios. Mi hermano solo era un crío de 16 y tú... Te odio —le espetó su hija antes de cortarle la cabeza de cuajo con una pesada katana.

Entre tanto sucedía esto, en otro sector de Morte, tres chicos se divertían observándolo todo. Miraban con morbo la escena que se reproducía a través de una pantalla a la par que se empinaban complacidos un trago de whisky cada uno.

Al final el juego había terminado como lo esperaron desde el principio.

La chica había ganado.

Y otro juego había comenzado.

Oscuros y PerversosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora