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Narradora.

Los ojos rojos de aquel joven divagaron entre las ramas de los árboles que le rodeaban; cansados debido al esfuerzo que había hecho.

Su cabeza dolía, y el sueño poco a poco iba haciéndose presente, mientras que el sol se ocultaba tras el horizonte con una lentitud que podría exasperar a cualquiera.

La mera presencia del Mandamiento detrás suyo era irritante, más, cuando este se mantenía callado.

— Al menos dime algo. No sé, ¿Qué cojones haces siguiéndome, por ejemplo? — Ban sabía que no podría dormirse tranquilo hasta saber que aquel de pequeño bigote ya no lo seguía.

— Órdenes de Zeldris; ya sabes cómo es.

Algo que naturalmente extrañó al momentáneamente no-pecado, fue que no lo estuviera atacando. Sólo observando.

— Diría que te mandó a matarme, pero creo que es más que obvio que sabe que soy inmortal. — Sonrió de manera sarcástica mientras Monspeet reía sutilmente. — Además de que, no pareces querer luchar ni nada...

Para su desgracia, sí sentía que algo andaba mal. De momento, parecía que el mandamiento se limitaría a observarle.

— Por cierto, ¿Dónde está la rubita que siempre acompañas?

Pese a que no debería contarlo, el Mandamiento de la Reticencia suspiró, dispuesto a contar la situación entre sus compañeros.

— Los Mandamientos estamos teniendo... Problemas. Nos estamos dispersando y, Derieri y yo nos fuimos juntos a algún pueblo.

El Pecado de la Codicia se giró, intrigado, hacia el otro adulto mientras detenía su andar. Un detalle que le había hecho fruncir el entrecejo.

— ¿Que los mandamientos se están dispersando, dices? — Monspeet asintió, mientras mantenía sus brazos debajo de su capa blanca.

Las cejas alzadas de Ban exponían lo sorprendido que se encontraba ante la noticia, para luego, volver a su inexpresable semblante, y continuar su caminata.

«Si lo que dice este es cierto... Debe ocurrir algo grande. Se están dispersando y aún así cumplen las órdenes del enano rabioso. ¿Acaso será mentira?»

Con rapidez, el peliplata se giró hacia atrás durante unos segundos, viendo el rostro medio ausente del moreno.

«No tiene pinta, parece triste. Tendré que investigar esta mierda.»

— Hacen buena pareja, duren.

Reprimió una risa al escuchar un ruido, proveniente del pelirrojo detrás suya. Probablemente sería de la sorpresa causada por su comentario.

— E-Ella y yo... No tenemos nada. — Si bien era cierto que la capacidad de mantener la calma de Monspeet podría engañar perfectamente a cualquier persona, no lo haría con su contrario, que aparte de consciente de las miradas que se dan, era un mujeriego rompecorazones.

O al menos, en el pasado.

— Yo no me chupo el dedo, pelirrojo. Sé que ya se han besado, que ya han follado, sé muchas cosas. Así que, no me mientas. — El rostro del susodicho era algo que hizo reír al joven de orbes rojos, haciendo que el sonrojo en el contrario creciera.

— No preguntaré.

— Derieri es muy charlatana cuando agarra confianza. — En la mente del más alto se instalaron recuerdos del encuentro de los Pecados y algunos de los Mandamientos.

Podían llegar a ser agradables, independientemente de la ❝rivalidad❞ que estaban destinados a tener.

— No estuve allí; recuérdalo. Zeldris nos obligó a elegir entre él y la libertad. Yo quería estar con Derieri, pero, me amenazó. Ella está enfadada conmigo por irme con el irritante luego de mis quejas, pero no sabe que la habría sentenciado a muerte. — Los ojos negros del mandamiento cobraron un brillo triste. No quería recordar las palabras que el pelinegro utilizó en su momento, porque serían cómo una estaca en su corazón.

Ban guardó silencio, consciente de lo duro que podía parecer tras su fachada de indiferente, pero lo frágil que se veía cuando se trataba de la mujer del hebras largas.

— Desahógate cuando quieras. Veré si te puedo ayudar.

Siguió su camino, aún cuando la mirada de agradecimiento de Monspeet estaba clavada en su espalda.

Desde hacía un rato, los dos estaban viendo el gran árbol de hojas rosas en el centro de la llanura, aunque, cierto pelirrojo no sabía ni qué era

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Desde hacía un rato, los dos estaban viendo el gran árbol de hojas rosas en el centro de la llanura, aunque, cierto pelirrojo no sabía ni qué era.

— Es el Bosque del Rey Hada. Creo que habrás notado la presencia de esas criaturitas volando por aquí.

Tras el asentir del contrario, Ban retomó el camino buscando llegar hasta el árbol ya nombrado. Era plenamente consciente del daño que le causaría recordar nuevamente lo que sucedió tras aquellas ramas, pero tenía que superarlo.

Tenía que dejar atrás la muerte de Elaine y continuar con su vida. Aunque no lo quisiera.

El silencio presente durante el camino era igual al que hubo horas atrás, en esta ocasión, con tensión e incomodidad debido a lo hablado.

— ¿Por qué estamos yendo hacia aquel árbol? — El peliplata se giró hacia su acompañante, alzando una ceja.

— Las preguntas las hago yo, campeón. — Como pudo, trató de evadir el tema.

— Te contesté a todas las preguntas que hiciste. Y a lo que no fueron preguntas.

El semblante del Pecado sacó nuevamente una risa a Monspeet, quien se había quitado la capa blanca debido al calor del día.

La noche que los cubrió por unas horas acababa de ser despejada por la bola amarilla del sol, quien comenzó a iluminar todo a su alrededor.

— Es una larga historia. Realmente larga.

— Tengo tiempo. — Giró su rostro hacia el de mayor estatura, sonriente, para que pudiera confiar en él.

— Está bien.

(...)

Las lágrimas que derramaban los ojos de color rubí estaban siendo limpiadas por el moreno a su lado, quien se encontraba preocupado por la salud mental de Ban.

Yacían apoyados en el mismo lugar en los que, años atrás, el peliplata y la rubia pasaban los días juntos.

— Yo... Joder. La extraño demasiado. — Los sollozos roncos por parte del de lágrimas interrumpían sin cesar sus palabras.

— Cállate.

Estuvieron callados nuevamente. Sólo se oían los llantos desconsolados del Pecado.

Se miraron fijamente a los ojos, sintiendo una electricidad indescriptible que los recorrió a cada uno.

Sin explicación, Ban cesó de llorar, aún con el rostro rojo y caliente. Los ojos de cada uno bajaron a los labios ajenos por impulso, mientras cerraban la boca.

Poco después, los dos estaban besándose con desesperación. Se separaron sorprendidos cuando fueron conscientes del acto, mientras abrían con fuerza sus ojos.

— La hemos cagado.

— Concuerdo.

「 𝐓𝗋𝖺𝗍𝖺𝗇𝖽𝗈 𝖣𝖾 𝐄𝗇𝖺𝗆𝗈𝗋𝖺𝗋𝗍𝖾 」- Ban × Female Reader -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora