Capítulo 4: Un Vistazo Al Pasado.

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Recuerdo del Guille.

Desperté con un insoportable dolor de cabeza. La fiesta de anoche había sido todo un caos. Bebida, alcohol, mujeres, disparos al aire, apuestas, chapuzones en la piscina, desnudos...

Oh, ser un Narco no era tan malo después de todo. Tenía lo que quisiera, cuanto quisiera y como quisiera. No me preocupaba por nada ni nadie.

Sí, definitivamente me acostumbraría a este ritmo que había tomado mi vida de ahora en adelante.

Me incorporé en la cama lentamente, mirando alrededor. Tenía dos brazos rodeando mi cintura, eran de diferentes mujeres. Una de ellas la conocía muy bien, Paula.

La que siempre estaba a mi lado y me seguía queriendo, a pesar de mis desprecios. La que me aconsejaba y apoyaba cuando más la necesitaba. Ella siempre estaba ahí ante cualquier problema. Y era justo por eso, que la consideraba como parte de mi vida. Ella, era muy especial para mí.

Desvíe mis ojos al otro brazo que estaba en mi cintura, una rubia, cuerpo de sirena y pechos prominentes muy linda.
Era australiana, traída desde allá, nada más que para pasar la noche conmigo. Ella, había sido uno de los regalos de cumpleaños de uno de mis socios. Y vaya que sí que me había gustado.

Sonreí de medio lado. Debía tachar de mi lista otra fantasía más, cumplida.

Paula se quejó, llamando de nuevo mi atención. Estaba sonriendo, sus exuberantes pechos estaban a la vista, nada la cubría, la estaba viendo justo como había venido al mundo. Sin nada.

Me sorprendía en gran manera verla ahí conmigo, desnuda, junto a otra persona del sexo femenino, ya que ella, por lo general, siempre se negaba a que me relacionara con otras mujeres, y más, si era íntimamente.

Aunque al principio pensaba que ella no aceptaría esta locura, quedé boquiabierto cuando dijo "sí" sin dudarlo. No tenía la más remota idea de cómo había accedido a que esta chica estuviera con nosotros en un trío.

Ni siquiera estaba molesta o irritada por lo que iba a pasar, más bien, estaba tranquila y colaboradora.

Quizás, había aceptado sin quejarse porque era mi cumpleaños. O bueno, el que yo decía que era mi cumpleaños. No sabía la fecha exacta, en el orfanato me lo habían colocado.

Meneé mi cabeza para ambos lados deshaciéndome de esos pensamientos. Odiaba pensar en ese lugar. No eran mis mejores recuerdos.

Con cuidado, separé ambos brazos de mí, y salí de la cama desnudo. Me acerqué a la ventana a pasos lentos. Todo el cuerpo me dolía, tenía los músculos entumecidos. Y cómo no, después de una noche un tanto acalorada y fogosa.

Mientras estiraba mi cuerpo, observé cuando el sol se asomaba por las montañas, ascendiendo lento y sin demora. Tocando con sus dulces rayos las nubes que estaban a su paso.

Pronto, fueron los cantos de las aves los que comenzaron a sonar. Haciéndome preguntar por qué estaban felices, cuando justo ahora, yo me sentía tan triste y hueco.

Ya se había vuelto una costumbre sentirme así después de cada encuentro sexual. Aunque no sabía qué lo causaba, sí sabía que tenía un problema. Porque esa tristeza nunca se iba, seguía ahí, latente, y no desaparecía.

Tristeza, soledad, vacío, decepción.

¿Qué me estaba sucediendo? ¿Acaso ya no necesitaba follar?

Era imposible, estaba más que claro mi deseo por satisfacer mi cuerpo. Y cada vez, me volvía más exigente con la intimidad. Ya nada me llenaba, nada me hacía sentir bien.

El Duro Corazón Del Narco: La Venganza De Hugo [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora