Prólogo

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¿Qué es una familia? ¿Qué es el amor? ¿Es necesario?

La verdad, no lo sabía.

Desde que fui abandonado en el orfanato Mano de Dios. Mis días han sido monótonos, casi podría decir que aburridos. Un lugar que parece una prisión, llena de niños sosos e inútiles. Incapaces de tomar decisiones importantes por miedo. Casi podría afirmar que todos, eran miedosos; y que se dejaban mandar o reprimir por cualquier orden que digan las hermanas.

Todos, menos yo.

¿Por qué de todos los lugares yo tenía que estar aquí? Un sitio en el cual no te dejan salir, ni hacer nada. ¿Vivir una vida así por el resto de mi vida? No gracias, yo paso.

Odio lo que me ha tocado vivir. ¿Por qué mi madre me abandonó? ¿No se supone que las madres son las únicas que en verdad te quieren? Entonces, ¿por qué?

Me convertí a mí mismo en una versión ambigua, asquerosa, y deprimente. Que no se deja humillar por nadie y que lucha día a día para defender a los suyos. Y era justo por eso, que estaba en esta situación.

—Explica lo que acaba de pasar José Guillermo. — dijo la madre superior muy molesta.

Rodé los ojos a modo de respuesta. Odiaba tener que explicarle lo que había acabado de suceder cuando ella ya lo sabía.

— Mi nombre es Hugo. —corregí.

Cuando me habían abandonado, dejaron una nota donde decía: "Cuiden de Hugo, por favor" pero, por cuestiones religiosas que las monjas creían, no me llamaban así. Ellas me habían cambiado el nombre desde el primer día, y querían que me llamaran José Guillermo. Sin embargo, yo me negaba a aceptarlo porque ese nombre, era lo único que me quedaba de recuerdo, de haber tenido una familia.

—José Guillermo. —corrigió. — Ese nombre que trajiste a este lugar al principio ya no existe. Sólo te está atando al pasado, es malo, y debes dejarlo ir. —suspiró. — Pero ese no es el punto. Más bien, explícame qué le acabas de hacer a la hermana Rosita.

—No le hice nada. — miré hacia donde estaba Rosita con su cara completamente roja por la pintura que le heche a su shampoo. — Debió ser el sol. Últimamente hace mucho calor.

—¡Eres un mentiroso! —gritó Rosita. — ¡Me regalaste ese shampoo para hacer las paces y mira con lo que resultó!

No odiaba a la hermana Rosita, pero tampoco la quería. Se había vuelto sumamente fastidiosa y estricta. Me vigilaba a cada rato y me hacía meter en problemas con la madre superior.

Imagínense, no tenía ni tiempo para fumar un cigarro, o siquiera, para escaparme en las noches con Víctor y Rodrigo hacia el bar.

—¡Deberíamos dejarlo encerrado con llave todo el día! — sugirió la bruja.

—Señora, cálmese. —repliqué fastidiado. — Vaya más bien a rezarle al señor para que esa pintura no sea permanente.

—¡¿Permanente?! — chilló sorprendida.

—¡Suficiente! —intervino la hermana. — Hermana Rosita, trate de quitarse la pintura. No se preocupe por esto, tomaremos represalias. —me miró. — En cuanto a ti. Dos horas de labores comunitarias. Vas a ayudarle a Frank a lavar los platos de la comida.

—¿Qué? ¿Otra vez? — me quejé. — ¿No podemos cambiar de castigo? Frank ya no me soporta.

—No.

—Hermana, lamento interrumpirla... Pero creo que sería mejor encerrarlo. — le di una mirada asesina.

Cállese señora.

Rosita era así. Dramática y drástica. Una mujer de unos 45 años que se había encargado de hacerme la vida imposible desde que llegué. Por lo que, a modo de venganza, le jugaba pequeñas bromas. Algo pesadas. Para que se relajara, pero eso solo hacía que se volviera más intensa. Un verdadero dolor en el trasero.

Era por eso que muchas veces, prefería llevarle la contraria. Nada más, para verla molesta.

—No, — dije fingiendo inocencia. — si mi querida madre me dice que lave los platos, lo haré. Así el señor Frank no me quiera, estoy dispuesto a ver su amargada cara para no molestar a mi madrecita.

La madre superior me vio y luego se giro hacia Rosita. Momento que aproveche para sacarle la lengua.

—¡Lo ve hermana! ¡Para él es un juego! ¡Le parece divertido todo esto!

—¡Divertido su cara vieja bruja!

—¡José! —me gritó la madre. — ¡Que insolencia! ¡Respeta a la hermana!

Hice un mohín y me crucé de brazos.

—¡Ahora mismo irás al sótano y reflexionaras de tus hechos!

—¿El sótano? —Cuestioné. — ¡Pero hay arañas!

—Ese es el lugar que se me merece un insecto como tú. — habló Rosita otra vez.

–¿Si ve? — dije señalando a la bruja. — Por eso es que matan a las personas y las echan al río. Esa mujer es una...

—Tres días. — dijo la madre interrumpiendo. — Pasarás tres días. Y no se discuta más. Hermana, puede retirarse. Yo me encargo del resto.

—Pero...

—Ahora. —ordenó.

—Jaja, por fea. — me burle.

Me dedico una mirada dura y salió.

Tranquila maldita que yo también te odio.

—¿Cuándo aprenderás? — dijo la madre mirándome.

Bajé mi mirada a regañadientes. El respeto que le tenía a la madre era tan grande, que cada vez que me regañaba, simplemente guardaba silencio y dejaba que me dijera lo que debía decir. No la quería, pero me agradaba. Y, por ende, merecía todo mi respeto.

La vida de una persona huérfana, de una persona que no conocía ni sabía nada de su familia. Era triste y asquerosa, a tal punto que muchas veces me sentía mal. La soledad jugaba conmigo de una manera cruel. Y mi mente, sucumbía ante los encantos de esta. Por eso odiaba mi vida y lo que me tocaba. Odiaba tener que estar siempre solo.

Sin embargo, trataría de cambiar lo más que pudiera esa soledad. No dejaría que me controlara ni hiciera de mí, una marioneta. Mi vida cambiaría, estaba seguro. Haría un gran esfuerzo por ello. Y ya no sería la soledad la que me sedujera, sino, el dinero.

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¡Holaaaaa!

Espero me hayan extrañado c:

Me encanta ver que me leen de muchas partes 🥺❤️

Pronto se subirá el primer capítulo.

Gracias por tanto, los adoro❤️

El Duro Corazón Del Narco: La Venganza De Hugo [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora