[Capítulo 9]

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MAX

Corro en medio de gritos y llanto de mujeres y niños. Esquivo a los que se cruzan en mi camino, cargando de angustia y ansiedad. Con el recuerdo de aquel día golpeando mi cabeza, con las imágenes plagadas en mi mente, consumiéndome y no dejándome respirar. Mi instinto hace que me cubra la cabeza y saque el arma de mi chaqueta. Las personas aún corren de aquí a allá desesperadas mientras yo trato de identificar de dónde mierda vienen los disparos. Pero ya no hay más, es como si hubieran logrado lo que querían y se han marchado. 

Llego a Romina finalmente. Está tendida en el piso y hay sangre derramada a su lado. Me hielo por un momento pensando lo peor, pero pronto descubro que su cuerpo está temblando. La tomo del brazo para levantarla y ella se resiste al inicio. Está completamente asustada. 

La tomo del rostro como la primera vez que la encontré. He descubierto que es la única forma en la que logro que me mire. Sus ojos están desviados, no puede mantener la mirada fija hasta que la tomo con firmeza y le hablo casi gritando.

—¿Estás bien? Contéstame, ¿estás bien?

La sacudo un poco. Sus mejillas están húmedas y mezcladas de polvo con lágrimas.

—Alguien, alguien, disparó —tartamudea. 

Al notar que va a ser imposible que hable conmigo. La toma del codo y la llevo conmigo, tratando de cubrirla con mi cuerpo de cualquier otro disparo. Ella se va aturdida en medio de los gritos y empujones de los demás pasajeros. No hay nadie más herido, o eso parece, solo ha sido un contundente y específico disparo. 

Romina parece reaccionar cuando choca con una mujer y de repente su cuerpo se pone rígido resistiéndose a avanzar. Lo que me faltaba porque lo único que quiero es llegar al maldito auto y salir de esta locura cuanto antes. 

—¡Virginia! —grita tratando de soldarse de mi agarre. 

La tomo más fuerte.

—¡Romina, debemos irnos, por favor! —le suplico.

—¡No, no! ¡Espera! ¡Ella estaba conmigo! ¡Virginia!

Tengo un fuerte dejavu cuando la escucho gritar. Los traumas de mi pasado empiezan a carcomerme la mente por milésima vez.

Romina logra soltarme cuando vacilo en la fuerza un poco. Corre de regreso a donde se encontraba la fila de pasajeros y entonces veo todo como si fuese ayer. La chica del hotel, corriendo hacia su amiga y luego siendo asesinada por esos mafiosos. Mi vida hecha trizas por primera vez. Reacciono. Corro hacia ella y la tomo de la cintura con fuerza. 

—¡Debemos irnos! ¡No puedes hacer nada por ella!

—¡Suéltame! ¡Suéltame! —vocifera, moviéndose como un animal enjaulado en mis brazos—. ¡Virginia! ¡Ella está herida!

—No, no, Romina —le digo cerca al oído—. Ella no está herida. No puedes hacer nada.

Nada parece calmarla. Romina chilla y se mueve en mis brazos como fiera. No me queda más remedio que usar toda mi fuerza para tomarla de la cintura y arrastrarla hasta el auto. Nadie se da cuenta de la escena porque todos están tan asustados con lo sucedido que no le toman importancia a la histeria de una muchacha. 

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