Prólogo

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Febrero 2018

MAX

Escojo un asiento en la segunda fila. Las luces son tenues, casi estamos en la completa oscuridad a excepción de un  par de proyectores en el escenario estratégicamente  colocados para ver el mejor el "espectáculo". El ambiente simula ser una sala de cine, pero no hay una pantalla en frente de mí y no va a proyectarse ninguna película. Delante de mí, y en pocos minutos, van a desfilar niñas y niños que serán ofrecidos como mercancía. Me resulta vomitivo tener que presenciar esto, sin embargo debo mantenerme sereno. Es lo que hago y para lo que fui entrenado.

 Soy uno más de ellos, dispuesto a ofrecer a dinero para comprar el placer a costa de la inocencia de una persona. Ese es el plan y debo seguirlo a la perfección, a menos que quiera que mi vida termine aquí mismo y la de ella. No estoy armado, pero eso no me deja en desventaja. Aquí son muy estrictos con el ingreso de las personas, y eso tampoco es una desventaja para mí. Asesinar a la persona dueña de la tarjeta dorada de ingreso, me fue fácil. Soy hábil con las manos y el cuchillo en su garganta lo demuestra. Salir de aquí con ella es lo complicado, pero sé que puedo hacerlo. Siempre lo hago.

Una voz francesa se escucha a través de lo parlantes de los laterales, seguido de esto, inicia la misma frase pero en el idioma árabe, ruso y termina con el español. Son muy considerados con sus clientes de todo el puto mundo, eso es seguro. 

—Damas y caballeros,  estamos muy complacidos de tenerlos aquí. Pónganse cómodos y beban champán. En minutos les traemos piezas exquisitas de nuestra casa. 

Los proyectores se apagan y vuelven a encender en cuestión de segundos, luego apuntan hacia el centro del escenario en donde un grupo de bailarines exóticos empiezan su número. Los espectadores se mantienen en silencio, nadie hace el mínimo ruido. No puedo ver el rostro de los demás, todo está perfectamente diseñado para darle ocultar la identidad de los compradores. Podría tener al ministro del Interior a mi costado, pero no lo sé. 

Un hombre se acerca a mí sigiloso en la oscuridad, me ofrece llenar mi copa de champán y lo acepto. La llena hasta la mitad y le digo que pare.

—¿Algo más, señor?

Le hago un ademán con la mano para que se retire. Cuando pongo mi atención en el escenario, la danza ha culminado. La voz con acento francés vuelve a escucharse.

—Empezamos esta ronda ahora mismo. 

Aclaro la garganta. Espero que sea ella.

—De origen británico, estudiante universitaria, linaje exquisito, habla tres idiomas, hermoso rostro y figura. Pura y con certificado garantizado. Empezamos la puja.

Una joven es traída del brazo por una mujer y puesta en el centro de la luz del reflector. Sus pasos son pesados y tiene la mirada perdida, está drogada con seguridad. No fija la mirada en nadie y parece estar confundida. Su ropa es lo peor de todo, tiene un vestido color negro muy ceñido al cuerpo y tacones color plateado, y hay una bandera de Inglaterra sujetada a su muñeca. Como si fuera poco exponerla frente a una manada de lobos hambrientos, ellos provocan a los espectadores obligándola  a moverse por todo el escenario. Aprieto los puños sintiendo la ira burbujear mi interior, una ira que controlo a medida que imagino lo que les haré a cada uno de ellos. Solo imaginarme a algunos de los participantes en esta asquerosidad bajo mis puños y cortados por mi cuchillo, hacen que esta situación sea soportable. 

No obstante, no es ella. No es mi objetivo y me maldigo por ello. Todas deberían serlo. 

—Veinte mil dólares —dice la voz femenina.

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