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No sé cuánto tiempo llevo sentada en la misma posición, estoy demasiado cansada para averiguarlo.

Mis piernas amenazan... No, mis piernas van a acalambrarse si no me muevo pronto.

El sobre con la invitación a su boda está en mi mesa de centro, abierto a medias, y no quiero leer lo que hay dentro.

Han pasado solo un par de años desde que nos alejamos; y está bien, creí que todo iba a estar muy bien.

Pero, apenas el sobre llegó a mi puerta esta mañana, a manos de un cartero flacucho y en una linda bicicleta vintage... Me di cuenta de que nunca estuvo lo suficientemente bien.

No puedo recordar del todo bien esa noche, estaba supremamente ebria.

Camino por los angostos pasillos de la casa en la que alguien que no conozco decidió hacer una fiesta, comenzando a arrepentirme de que Avan haya querido invitarme.

Necesito ir al baño, y con tanta gente y ruido en todos lados es una misión casi imposible.

«No he bebido mucho, no tanto como Avan y no tanto como Leon, no tanto como Matt» me recuerdo con calma, abriendo una puerta al fondo del pasillo sur.

—¡Victoria! —el grito de Elizabeth me devuelve de mi momentánea ensoñación.

—Oh —digo apenas, Michael está... Él está... Bueno, ya saben —Lo siento tanto, yo no...

—¡Vete! —cierra la puerta en mis narices, de repente ya no quiero orinar.

—¿Estás bien? —la risa suave de Matt está impregnada, y cómo no, del alcohol que hay en su sistema.

—Quiero... Baño, quiero ir al baño —aclaro, intentando que mis palabras se escuchen lo mejor posible.

—Es allí —señala una puerta que muy fácilmente pude haber visto.

«Si estuvieras sobria»

«¡Cállate!»

Arrastro mis pies hasta el baño.

Quiero vomitar, voy a vomitar.

Ok, puedo recordarlo perfectamente, pero... ¡Uhg!

El timbre de mi casa suena, y lo pienso dos o tres veces antes de poder ponerme de pie y abrir la puerta.

—¿No se me ve excelente?

—No —mi voz se escucha mucho más mordaz de lo que quise —Lo siento —susurro dejándolo pasar. Avan se ve supremamente bien con el gabán que ha optado usar hoy; color gris, con jeans clásicos azules y... una camisa de color negro, creo.

—No hay problema —se da cuenta, sus ojos van de un lado a otro de mi sala de estar; desde mi televisor hasta mi mesa de centro, desde los estantes empolvados hasta la mesa del comedor que es más bien en donde suelo dejar montañas de papeleo.

Me mira, y de nuevo mira el sobre.

—¿Irás? —mi mueca de disgusto debe ser respuesta suficiente, porque se acerca cuidadosamente a mí.

—No quiero —mis ojos se llenan de lágrimas —Oh por dios, dios, ¡va a casarse!

—¿Y? —lo hace tan fácil, como si no supiera de mis sentimientos hacia la prometida de Michael, como si no entendiera lo mucho que me duele.

—Y... ¿qué, qué otra cosa quieres?

—¿Y por qué no irás, crees que si no te quisiera allí, te habría enviado una invitación?

PIECES OF USDonde viven las historias. Descúbrelo ahora