2.

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—¿Y bien? —Avan acaba de colgar su llamada con Ariana, una de las damas de honor de Elizabeth, obviamente.

—Vendrán por nosotros en una hora, ¿tienes hambre? —le ofrezco una sonrisa torcida, no creo que pueda comer mucho, a pesar de que sí tengo un poco de hambre.

—Hey, no te desanimes.

Bufo con gracia.

—Sí, no estoy desanimada; solo creo que al final no fue la mejor de mis ideas haberte dicho que quería venir, solo fue un impulso envalentonado quien sabe por qué.

Él niega, me abraza por los hombros y toma el par de maletas en sus manos.

—Creo, que muy en el fondo estás dispuesta a superarlo, o al menos a correr el riesgo de que duela lo suficiente para hacer el esfuerzo de empezar a dejarlo atrás.

—No sé —suspiro, comenzando a caminar hacia un restaurante, seguidos por uno o dos fans que se acercan e interrumpen nuestro camino —. Ha pasado poco, aunque emocionalmente se siente como si se tratasen de años y años de distancia entre lo que pasó y lo que somos ahora mismo.

—Entiendo...

Nos sentamos en una mesa bastante alejada de las demás, el sol apenas ilumina la tarde y por alguna razón me siento absorta; creo que Avan sabe cómo mantenerme centrada en la conversación sobre nuestros inicios actorales y las grabaciones de Victorious

'... —¿Qué pasó? —ella entra por la puerta de mi departamento sin pedir permiso, tiene cara de pocos amigos y no parece querer hablar.

«Ok», me digo a mí misma mientras cierro la puerta y camino a paso lento a la cocina. Veo su cuerpo tumbado en el sofá.

Busco el jugo de moras en mi nevera, son las nueve menos cuarto de la noche y hay unas cuantas nubes en el cielo.

Voy de vuelta a la sala, ella recibe el jugo de moras sin mediar ni una sílaba. Decido dejarlo pasar y me siento a su lado, acompañándome de un libro que ya estaba leyendo antes de que llegara.

Suspira.

—¿Qué estás leyendo?

—Mujercitas, Jane Austen.

—No la he leído.

Asiento en silencio, intentando continuar.

—Mierda —es raro oírla maldecir, pero creo que se debe a los truenos que acaban de irrumpir el silencio de mi departamento.

—¿Qué pasa?

—No me gusta el ruido —susurra inmersa en sus pensamientos —... Tampoco los fuegos artificiales ni los relámpagos.

Le sonrío con calidez.

—Entiendo.

Se recuesta en mis piernas, yo busco una de sus mejillas a tientas y acaricio con mi dedo pulgar.

—Cuando tenía diez, más o menos, estaba dormida en casa de mis abuelos, y no pude dormir bien por el ruido de los truenos... Estaba asustada porque mi abuelo me había contado un cuento en el que un perrito moría a causa de uno.

—¿Entonces, desde ese día les temes? —la veo asentir.

—¿Puedo quedarme a dormir?

Tomo una respiración profunda, intentando entenderla.

—¿Viniste a mi casa, casi a punto de llover, porque querías dormir aquí?

PIECES OF USDonde viven las historias. Descúbrelo ahora