Prólogo

494 30 0
                                    

Una madrugada en primavera medieval una mujer de gran estirpe estaba en trabajo de parto. La gran duquesa de lo que en la actualidad sería París estaba apunto de dejar descendencia.

—Puja, puja, puja —le decían las mujeres a la pobre señora que estaba dando a luz.

Ella gritaba de dolor, tenía complicaciones que lamentablemente la época en la que estaban no les permitía solucionar.

—Un poco más, querida, un poco más —le decía una vecina con buenos conocimientos sobre medicina que habia venido a socorrerla.

Finalmente, la señora dio a luz a un bebé.

—¡Es una niña! —exclamó una de las mujeres al ver a la pequeña criatura.

Pero algo andaba mal, muy mal. La bebé no lloraba. No se movía.

—No respira —intervino la buena vecina tomando a la bebé de los pies poniéndola de cabeza mientras le palmaba la espalda.

—¿Qué le hace a mi bebé? —preguntó la reciente madre con voz débil.

—Pensaba que se había tragado algo, pero... —se detuvo temiendo alterar a una madre primeriza.

—¿Por qué mi hija no llora? —se preocupó y aún más cuando nadie le decía nada—. ¡Dime qué le pasa a mi hija, Valerie!

—Lo lamento, doña Josefa —le dijo Valerie al mismo tiempo que le dejaba a su hija sin vida en sus brazos.

La duquesa observó el cuerpo diminuto de su hija y las lágrimas comenzaron a salir. Le había costado tanto embarazarse y acababa de perder a su hija. Gritó de dolor, no de dolor corporal, sino uno que se tiene pocas veces en la vida, un dolor del corazón.

Las mujeres se posicionaron en una fila al costado de la lujosa cama cuando oyeron la puerta abrirse de golpe. El duque entró a la habitación con el pánico reflejado en sus ojos.

—Josefa —murmuró cuando se acercó a su esposa quien lloraba desconsolada besando las manitos, el rostro de su hija—. ¡Fuera! —ordenó sintiendo su mundo caer, las lágrimas no tardaron el salir.

—Francoise. Mi hija, Francoise —sollozó la mujer aún con su hija en brazos.

Todas las mujeres salieron, todas excepto una que se detuvo en la puerta.

Ella podía ayudar a la duquesa.

La joven mujer caminó de regreso hacia el interior de la habitación dejando atrás todos los pensamientos negativos. Se detuvo al costado de la cama y no habló hasta ser notada por el duque.

—Vete por favor, Georgia —pidió el hombre intentando que su voz no se cortase a mitad de la frase.

—Señor, señora, yo... puedo ayudarles —habló manteniéndose en la misma posición recta frente a la nobleza.

—No creo que puedas, querida, pero de verdad lo aprecio —el hombre le dedicó una sonrisa leve sin creerle.

Los ojos de Georgia gritaban "¡Yo no miento!"

—Dime, Georgia —habló esta vez la duquesa notando los ojos de la mujercita.

—Señora, yo sé cuánto ha esperado usted un hijo —comenzó con el discurso que había estado pensando esos segundos en la puerta—. Y quiero que viva feliz con su esposo e hija —estas palabras hicieron lagrimear a la pareja—. Hay una solución.

—¿Qué solución puede haber para la muerte? —dijo con lastima el duque rehusandose a creer.

—La vida —soltó cómo si supiera de lo que hablaba, ambos nobles la miraban con extrañeza—. Mi familia puede ayudarles. Vayamos antes de que sea tarde, aún no ha salido el sol.

Sangre Real [TVD]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora