Caléndula

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—Tobio ¿pasa algo?

Pregunta Kunimi con el ceño fruncido.  Kageyama levanta la mirada de su pupitre y mira a sus amigos. Kindaichi se veía igual de preocupado. 

— No ¿por qué lo preguntas?

El par compartió una mirada rápida, teniendo una conversación silenciosa. Kageyama los miró curioso. Se sobresaltó cuando de repente Kindaichi puso sus manos sobre su pupitre con más fuerza de la necesaria y se inclinó sobre él.

—¿Qué... qué haces? —Preguntó Kageyama con voz temblorosa, claramente incómodo por tener el rostro de su amigo tan cerca del suyo.

—Estás mintiendo.

—¡Claro que no!

—Yuu, dale espacio. —Regañó Kunimi. —Aunque debo estar de su lado... No te ves muy bien hoy, Tobi.

Kageyama suspira y niega con la cabeza. —Estoy bien, solo algo cansado.

—Ni siquiera has sacado tu almuerzo.

—No tengo hambre. 

Ambos jóvenes jadearon con horror.

—¡Definitivamente estás mal! —Gritó Kindaichi, atrayendo la mirada de sus demás compañeros.

—Tobio... ¿es por lo que todos anda diciendo? —Susurró Kunimi. 

Kageyama suspiró irritado.

—No, no es por eso.

Aunque si le molestaba bastante. Kageyama nunca ha disfrutado ser el centro de atención. Sí, su sueño era dedicarse al voleibol de forma profesional. Pero una cosa era ser admirado por su talento en la cancha y otra cosa muy diferente ser la comidilla del instituto.

La noticia del rechazo de Oikawa a su supuesta confesión se extendió como fuego y un día después Kageyama pasó de ser el chico callado al cual nadie conocía a ser el hazme reír del lugar. Pocos habían encontrado tierno su intento por intentar ganarse al chico popular. La mayoría se burlaba de él y hacía remarcas sobre lo estúpido que había sido por creer que tenía una oportunidad en primer lugar.

Lo peor de todo era como la historia de su rechazo se volvía más y más dramática cada vez que alguien la contaba, haciendo quedar a Kageyama como un idiota. Y sabía que solo eran cosas tontas de niños, no debería de prestarles atención. Pero ese día se había levantando sintiéndose extraño y todo lo ponía de nervios.

Kindaichi y Kunimi tenían razón, él no se encontraba bien.

Algo pesado se albergaba en su pecho, una especie de profunda tristeza que no le dejaba respirar. Su mente se sentía nublada y quería soltarse a llorar como si hubiese perdido algo importante. O alguien. Lo más extraño de todo era que Tobio sabía que ese dolor no le pertenecía. Como si estuviera experimentando el sufrimiento de alguien más y se sentía culpable por no poder hacerlo parar.

Puso una mano sobre su pecho.

Duele... 

 —Tobio... —Susurró Kunimi preocupado.

—Voy a la máquina expendedora... —Anunció Kageyama poniéndose de pie.

—Te acompañamos. —Ofreció Kindaichi.

—No, está bien. No tardo. 

Necesitaba respirar un poco.

Sus amigos se quedaron detrás y le dieron su espacio. Kageyama lo agradeció y avanzó por los pasillos a paso lento.

Siempre túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora