Capítulo 29: En el Castillo

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Tal como el elfo había dicho, la noche ya había caído por completo cuando llegan a Boul Lizabalth, el castillo más sombrío y espeluznante, y el lugar más terrorífico que Tomás ha visto a lo largo de toda su vida.

Se alza sobre una extensión de tierra suspendida en el agua, cruzan por un puente tan angosto que solo entra el carruaje, y no hay que ignorar que al muchacho casi le da un infarto cuando el puente se mueve de un lado a otro mientras cruzan.

El castillo se ve enorme desde afuera, un desmesurado edificio rodeado por múltiples torres de diferentes tamaños, en las puntas de estas torres se alzan banderines luminosos de color azul. También muchos puentes conectan una torre con otra alrededor de todo el castillo.

Del otro lado del puente se alzan dos estatuas enormes a los costados de las puertas, las estatuas tienen unas figuras muy extrañas: una es una persona con alas que parecen ser de dragón con una cola cubierta de escamas, largos lazos bien finos salen de sus mejillas y terminan en puntas como de flechas. La otra estatua se trata de un animal parado en sus patas traseras, muy similar a un tigre pero en vez de tener líneas rectas en su cuerpo, tiene espirales.

Las grandes puertas se abren dejando el pase libre al carruaje, pero el interior no es tan diferente del exterior puesto que la helada aún continúa, el viento aún circula a pesar de ser un lugar cerrado, más ahora se le suma el eco de los pasos retumbando en toda la enorme sala de piedra.

Columnas, techo y suelo de piedra, el carruaje pasa frente a unas escaleras de piedra maciza en donde descienden, hay dos guardias más esperando abajo. Hacen descender a los prisioneros del carruaje, y caminan un tramo hasta llegar a unos tres vigilantes que están a unos cuentos metros.

Se detienen al final de esa misma sala, frente a una enorme puerta ovalada que permanece cerrada.

—Llévate al enano a la sala 5, torre F—ordena uno de los vigilantes que iba por delante a quienes llevaban al enano. Tal como se dijo, el enano es conducido a otro lugar, lo llevan a unos de los laberínticos pasillos del lado izquierdo.

—Y al elfo llévenlo a los calabozos —ordena otro vigilante frente a ellos. Tomás a pesar de no conocer al elfo es testigo de cómo la tristeza se apodera de él mientras lo llevan por otra puerta a la derecha de la gran sala.

Tomás espera a que le ordenen a quienes lo tienen de los brazos lo que deben hacer con él, pero ninguno de los dos dice palabra alguna, y siguen el camino recto, cruzan esa gran puerta ovalada llegando a grandes habitaciones de piedra y totalmente vacías.

Recorren un gran tramo en pleno silencio, Tomás no puede dejar de mirar a su alrededor, la cantidad de puertas, escaleras y salas vacías que lo rodean, piensa que será imposible encontrar a Miss Valeria si no conoce el castillo. «Esto es un laberinto.»

Suben unas escaleras largas, que los lleva a la cima de una torre. Entran a una habitación llena de celdas vacías, siguen avanzando hasta que arrojan al muchacho dentro de una de un empujón y lo encierran de un portazo de la reja , pero para la sorpresa del muchacho encentra un rostro conocido que le hace olvidar todo lo demás.

—¡Tomás!

—¡Mr. F! ¡Está aquí! —responde emocionado. A nadie le agrada la idea de estar encerrado en un castillo que le pertenece a alguien maligno, pero para Tomás que Mr. F. esté junto a él le bastaba para animarse. Los atanitas salen de la habitación dejándolos completamente solos.

—¿Dónde está? —pregunta su tutor bajando la voz una vez que los vigilantes salieron.

—Nadando... o eso espero.

Solunier: Entre Luz y OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora