Capítulo 8: Hasta Pronto

11 1 0
                                    

Tomás emprende su viaje de vuelta hacia la cafetería a encontrarse con su amigo. Recuerda todo lo que había pasado hasta el momento «¿Cómo puedo guardar un secreto tan grande como este?» piensa.

Camina y mira su reloj, todas las agujas lo apuntan a él, pero no quiso despistarse con eso, «ya tendré bastante tiempo para aprender de ese místico aparato, ahora solo debo preocuparme en hacer lo que tengo que hacer: juntarme con Andrés y comprar los materiales de geografía para el próximo lunes.»

«¿2 horas alcanza para hablar con mi familia y amigos?» se repetía mientras caminaba. Llega a la cafetería y para su sorpresa Andrés aún no había llegado. Se sentó en una de las mesas, otra vez, a esperarlo. No pasó mucho tiempo que a lo lejos logró ver a su amigo, ese muchacho alto y simpático que camina vivazmente hacia él.

De lejos Andrés le hace señas para que Tomás se levantara y lo siguiera, y así fue. Tomás se dirige hacia su amigo, y luego de saludarse comienzan a caminar. Andan un largo rato, pero desde que se encontraron Tomás no había dicho ni una palabra, el único que hablaba era Andrés.

Repite en su mente que no puede guardarle el secreto a su mejor amigo, se lo repitió todo el tiempo que estuvo con Andrés. Tomás no quiere perder el tiempo vagando de tienda en tienda buscando los materiales de geografía, pero tampoco quiere hacer sentir mal a su amigo.

—Andrés, ya me tengo que ir —dice Tomás disgustado, sabe que Andrés no se lo tomará muy bien.

—¿Después de comprar los materiales? ¿A dónde?

—No... ahora me tengo que ir —su voz a bajaba a medida que habla.

—¡¿Qué?! Pero si habíamos acordado juntarnos hoy —exclama Andrés desilusionado.

—Sí, ya sé, pero no puedo... se me acaba el tiempo... —dice lo último casi en un susurro.

—¿Por qué no podes? —dice su amigo exagerando con sus gestos.

—Hemm... ¿Fa... milia? —contesta lentamente sin saber qué responder a esa pregunta. Mr. F. le había pedido claramente que no mencionara lo que le había ocurrido en la mañana. Pero entonces, ¿cuál sería su excusa?

—Sí, dale — dice sarcástico.

—No te enojes, te doy la plata y compras todo, ¿Si?

—¡Dale! Dejame todo el trabajo a mí, no hay drama —vuelve a exclamar con un tono sarcástico.

—Bueno, perdón, pero no puedo.

—¿Qué tenés que hacer? —pregunta Andrés de mal humor, era fácil hacerlo enojar.

—Tengo que...tengo... —busca una posible respuesta—. Es el cumpleaños de una prima y tengo que ayudar a decorar... debo ir a comprar un par de cosas más tarde.

—¿Más tarde? Pero si hoy es sábado, todo cierra en la tarde ¿A dónde vas a comprar? —protesta su amigo disgustado.

—¡No! En la tarde es el cumpleaños —se apura en responder.

—Ya, en serio, has estado callado en todo el camino, y eso es raro de vos, ¿Qué te pasa? —insiste por última vez.

—No te puedo decir, perdón —como respuesta Andrés lo mira fijamente sin apartar su mirada de él—. Es en serio, prometí no decirlo, es un secreto.

—¿Secreto de quién? ¿Tuyo o de alguien más? —sigue intimidando a su amigo.

—Ambos —responde—. Pero no te puedo contar.

Tomás se siente presionado, no puede guardarle el secreto a su amigo, y no se resistió.

—Es que no me vas a creer... —dice dudando —es algo difícil de explicar.

Solunier: Entre Luz y OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora