Plan de venganza

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     Después de haber perdido el rastro de Daniel, volví a casa entre temblores a causa del frío. Las piernas se me habían congelado tanto que llegar me tomó demasiado tiempo. Me encogí entre el abrigo y metí las manos entre las mangas, intentando encontrar la manera de mantenerme caliente. La capucha no parecía ser suficiente para las bajas temperaturas, y por un momento dejé de sentir las orejas.

Al llegar a casa, no supe si Daniel estaba allí, aunque era lo más probable. Me metí en la ducha y recibí el agua tan caliente que por momentos me ardía la piel. Con el paso de los minutos, me dejaron de castañear los dientes, hasta que el vapor terminó por calentarme las articulaciones por completo.

Después de media hora salí de la ducha y me quedé frente al espejo, mirando fijamente lo enrojecida que había quedado mi piel. Me toqueteé las mejillas.

«¿Qué es exactamente lo que quieres ver?»

El recuerdo de las palabras de Daniel me dejó inmóvil, con los ojos fijos en mi reflejo. Estaba consiente que lo que había hecho esa tarde, me perseguiría por los días siguientes, sabía que cada una de las palabras de Daniel, se repetirían una  y otra vez.

¿Qué era exactamente lo que quería? ¿Con que fin había espiado a Daniel después de clases?

«Para proteger a Toni de su propia curiosidad» me recordé, pero no estaba muy convencida de que fuera ese realmente el motivo de mis acciones. Sin embargo, me lo dije una vez más para convencerme.

«Debo mantener a Toni lejos de Daniel. —Pero eran amigos, y mi deseo no parecía demasiado probable—. O al menos, mantenerlo ajeno a sus peculiaridades».

Fruncí las cejas ante mis propios pensamientos, todo parecía demasiado distorsionado. Antes, sabía lo que quería. Antes, sabía que Toni estaría bien siempre. Antes, Daniel no estaba perturbando nuestras vidas. ¿Pero era realmente Daniel la causa? ¿O era yo misma el problema? Al final de cuentas, ¿qué había hecho Daniel?

«Ignorarte».

Aparté la vista del espejo.

Sin querer seguir pensando al respecto, me pasé los siguientes quince minutos cepillándome el cabello, el cuál no tenía ningún rastro de pintura. Me olía a coco, estaba suave y húmedo.

Antes de bajar a la cocina, tomé el celular y busqué los audífonos, de los cuales desconocía su paradero. Busqué debajo de las sábanas, entre los zapatos y la ropa sucia. Encontrándolos finalmente debajo de la cama. Bajé a la cocina mientras buscaba mensajes de textos nuevos, pero padre no había dado señales de vida, y tampoco de preocupación hacia mí. Chasqueé la lengua enfadada. Prefería sentirme molesta que dolida, porque lo primero me hacía más rebelde —aunque no lo pareciera— y lo segundo me provocaba una maratón de llantos y lamentaciones sobre mi vida. Claramente lo último no era demasiado alentador.

Me puse los cascos sobre los oídos y reproduje la primer canción que apareció en el reproductor: “Forbidden Love”, le subí el volumen al máximo y tomé un cuchillo para preparar mi cena.

  Las recetas que sabía de memoria, eran bastante escasas, además de eso, la mayoría de las veces terminaban entremezcladas entre sí, con ingredientes de una y aperitivos de otra. No era algo que me importara mucho, lo que ponía en el plato me llenaba el estómago, y para mí era más que suficiente.

Esa noche cenaría pescado frito, ensalada de remolacha y empanadas de queso. En resumen, ninguna receta en específico. Pero al menos, algo sólido para ingerir.

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