TIEMPO DE RECUPERACIÓN

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Entró en el número 4 de la calle Garibay a los pocos minutos de despedirse de su hermana, su sobrina y de Julia. El llamado Casino Republicano tenía un aire a los ateneos catalanes que tantas veces había frecuentado, mesas de madera donde la gente se juntaba y hablaba de política, de filosofía o de lingüística, techos altos y algunas puertas que llevaban a despachos privados. No era excesivamente grande, pero si lo suficiente como para dificultar encontrar el artefacto explosivo. Conocía a Natalia y su manera de hacer las bombas, había aprendido durante la Guerra Civil gracias a Mikel, solo esperaba recordar cómo se desarmaba. Empezó a dar vueltas por el amplio salón, no había nada, miró debajo de las sillas, de los bancos y las mesas, nada. Comenzaba a hacer calor y sentía que todo su cuerpo se iba convirtiendo en agua a medida que pasaban los minutos, si tardaba más no podría hacer nada para evitar que cambiasen la historia.

—Dónde la has metido maldita sea. —dijo mientras miraba el reloj de la pared que ya marcaba las 8 de la mañana.

Había revisado todo y no había encontrado nada, quizás Julia se equivocara y no hubiera bomba, no, estaba segura de que ese era el plan por eso usaban a Natalia y por eso había intentado retrasarlo llevándolos a la República equivocada, para que así ellas tuvieran tiempo de encontrarlos. Cogió aire para intentar calmarse un poco, miró hacia el techo y entonces lo vio encima de uno de los estantes en los que se acumulaban libros, una pequeña caja cartón que no encajaba. Se acercó despacio y lo supo, la había encontrado, ahora solo faltaba bajarla de allí sin que explotara y poder desactivarla.

—Cariño espero que me lo hayas puesto fácil.

Pasó la mano por la frente empapada de sudor y subida a una de las sillas bajó el paquete hasta la mesa. Con la ayuda de su navaja multiusos, un anacronismo que ocultaba en el bolsillo viajara a la época que viajara, cortó el papel que envolvía la caja y luego la pasó por los bordes por si había algún cable. Una vez hechas las comprobaciones muy despacio sacó la tapa y la vio.

—Mierda.

Para una persona profana se trataba solo de un amasijo de cables conectados a un montón de plastilina verde oscura y un teléfono móvil, pero ella sabía que era mucho más que eso. De verdad creía que iban a usar explosivos de la época, dinamita conectada a un detonador y un temporizador clásico, pero no, supongo que querían asegurarse de que nada fallara. El problema era que, el hecho de tener un teléfono conectado implicaba que otra persona podía detonar la bomba en cualquier momento, tendría que darse prisa. Revisó los cables, verdes, rojo, negro, azul y de rallas marrón y amarillo, ¿cuál sería el bueno? Las manos le temblaban mientras intentaba ver dónde iba cada uno, no lo sabía, no podría evitar que estallara.

—Piensa coño Alba...

Iba a cortar el primer cable cuando sus peores temores se hicieron realidad, el teléfono comenzó a sonar. Quedó paralizada, con los ojos abiertos de par en par y los labios blancos, iba a morir sin volver a ver a Natalia, aquel fue su único pensamiento. Pero no pasó nada, el teléfono sonaba y sonaba, pero nada se activaba, entonces miró bien y comprendió porqué. Natalia no había conectado el cable que suponía era el encargado de provocar la explosión. Sintió que el color regresaba a su cara y el aire a sus pulmones. Estaba a salvo por ahora, pero debía sacar la bomba de allí, pues la persona que había llamado seguro que ya se había percatado de que no había pasado lo previsto y vendría a comprobar el porqué, además no podía estar segura al cien por cien que no estallaría por su cuenta aun sin estar conectada al aparato.

—Hora de largarse Reche.

Y eso hizo, cogió a caja con cuidado, pues no estaba del todo segura que no fuera a estallar en cualquier momento, y salió a la calle. Una de las cosas que había aprendido acerca de los explosivos era que si se mojaban dejaban de funcionar, o eso creía recordar. El caso es que sin dudarlo se dirigió a toda prisa al único sitio que se le ocurrió el Puente de la Zurriola que se encontraba solo a cinco minutos a pie. El teléfono de la caja volvió a sonar y esta vez no se detuvo, siguió corriendo rezándole a la diosa lesbiana para que no la dejara estallar, estaba demasiado cerca de lograrlo como para fallar ahora.

EL MINISTERIO DEL TIEMPO (ALBAYA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora