5

183 10 0
                                    

Abro el bote de pintura y noto que es de color rosa—comencemos—suspiro.

—¿Rosa?—Me doy la vuelta, pintando sin querer la camisa de Jimmy.

—Ay Dios, lo siento—digo avergonzada.

—No hay problema, el rosa va con el color de mis ojos—ambos reímos.

—Tienes toda la razón—digo, siguiendo su juego.

Jimmy se acerca a mi—tienes algo, por aquí—y siento la pintura sobre mi mejilla—perfecto, o creo que lo arruiné.

Lo miro sorprendida—pero.

—Venganza—me mira sonriendo.

—Genial.

—No—me dice retrocediendo, prediciendo mi siguiente movida.

—Venganza. —Intento acercarme a él—¿me tienes miedo? —Me burlo.

—No, jamás.

Aprovecha mi distracción, para acercarse a mi e inmovilizar mis brazos, colocando sus brazos alrededor de los míos—No es justo, eres más grande que yo—me quejo.

Jimmy sonríe divertido—Ahora, ¿quién tiene miedo?

Ambos nos comenzamos a reír, por lo infantil que estábamos siendo, pero, luego, algo extraño sucedió. Nuestras miradas se encontraron y poco a poco nos dejábamos de reír. Aquello hizo, que mi corazón se acelerara, sus ojos me atraen a ellos. Como si fuesen dos imanes o dos hermosas joyas.

Hasta que siento, un frío en mi mejilla—venganza—me susurra al oído.

Nos alejamos y nos comenzamos a reír—eres un tonto—me cruzo de brazos.

Para cuando se iba a acercar a mí, intento esquivarle—eres un peligro, James—le amenazo, señalando con mi dedo índice.

—¿Yo? Eso es difamación, podría demandarte.

Me comienzo a reír—es mejor, comenzar a pintar o si no, nunca terminaremos.

—Bien, señorita Chloe, haga los honores de encender la radio.

—Por supuesto, capitán.

Enciendo la radio y comenzamos a pintar, las risas, las bromas con pintura, hacía que el tiempo se pasará muy rápido. A decir verdad, Jimmy es una persona increíble.

—Solo llevamos dos paredes, no creo que podamos terminar hoy.

—Lo sé.—Digo, muy cansada.

—¿Vamos por algo de comer? Muero de hambre.

—¿Seguro? No creo que nos acepten en ningún lugar así—nos señalamos y él me mira.

—Cierto, bien, vamos a mi casa y pediré pizza.

Me cruzo de brazos—¿Bromeas? No tengo ropa.

—Está bien, está bien, yo no tengo ropa que me quede, pero, podemos ir a tu casa. Descansar y mañana resolvemos esto.

—¿Con permiso de quién te quedarás en mi casa?—Me cruzo de brazos.

—¿Dejarás que me vaya solo a mi casa? A esta hora.

Lo pensé unos segundos—sí.

Rueda los ojos—que graciosa.

—Siempre.—Sonrío, muy feliz.

Sin más, salimos del establecimiento y cerré la puerta—vamos.

—¿Aun no me dijiste si pudieron reparar tu auto?

Amor en la bancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora