8

143 9 0
                                    

Puede que esa noche haya cambiado algo, puede que esa misma noche haya sido la más incómoda del mundo, puede que esa noche me diera cuenta de que Jimmy ni siquiera es como Zac. Y puede que, de cierto modo, confirmará que Garoppolo me gusta.

Tomo aire profundo e intentando controlar mis pensamientos y mis nervios, en verdad, no quería que las cosas cambiarán; me gusta poder hablar con Jimmy de una y mil cosas y jamás cansarme. Me gusta tenerle cerca y que me haga reír y me gusta por lo menos escucha su voz.

"Vamos Chlo, no podemos estar así" —Me ánimo.

Miro la puerta de la entrada y por segunda vez tomo aire para entrar.

Lo primero que veo es a Joan; o creo que era su nombre. Ambos me miran y Jimmy fija su mirada en mí—Lo siento, no quise interrumpir—digo, muy pero muy avergonzada.

—Ya me iba—dice, con cara de pocos amigos.

A decir verdad, parecía que estuviera a punto de lanzarse sobre mí y sacarme los ojos. Cuando paso junto a mí, rodó sus ojos y si no me hacía a un lado, lo más probable era que me golpeará y conociéndome como soy; terminaría besando el piso.

—No interrumpiste nada—Se sienta en el sofá.

—Claro, no interrumpí nada, pero tu novia me quería matar.

—Joan no es así—Dice riendo, como si hubiera dicho el chiste más gracioso del mundo.

Puede que al verlos juntos hizo que la esperanza de que le gustará se esfumará y terminará por regresar a tierra de golpe.

"Soy una tonta" —pienso, porque me ilusioné de una persona que nunca se fijaría en mí. 

—Claro, en cualquier momento iba a saltar y me iba a dar en la yugular. —Le respondo con sarcasmo.

La risa de Jimmy se escuchó—número uno y repito; Joan no es así.

—Lo que digas—murmuro.

—Y dos, no es mi novia.

—¿Cómo? Si los medios dicen que llevan saliendo meses.

Eleva la ceja y sonrió—así que te gusta el chisme.

—¿A mí? ¡No!—digo rápidamente.

—Claro—rueda los ojos.

—¿Bromeas?

—No, y se exactamente lo que dicen los medios de comunicación y no importa, porque acabamos de romper.

—¿Cómo?

—Si quieres trae palomitas de maíz y te cuento mi vida—dice bromeando.

Ruedo los ojos—idiota.—Murmuro.

—Sigo siendo tu jefe.

—Idiota—le sonrió, haciendo que me responda de la misma manera pero negando con su cabeza.—¿Comenzamos?—Me mira con una ceja levantada y una sonrisa en sus labios—¿Por...por qué me miras con esa cara?

—Por nada—dice.

—No te creo nada—me cruzo de brazos.

—¿Qué comenzamos?

—Las terapias—digo, de lo más obvia—espera...no me dirás que estabas pensando mal—digo con cara de asco—¡Por Dios! Eres un pervertido.

—No hice nada—dice defendiéndose.

—No, pero lo pensaste.

—Ni siquiera te acercaste.

Ruedo los ojos—no hay necesidad de adivinar lo que estabas pensando. Vamos porque tienes que hacer terapias.

Amor en la bancaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora