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 Dazai siempre había sido de esa manera. O al menos, siempre había sido así desde que lo recogió.

 Se preguntó cómo habrían sido los podres de aquel muchacho, aunque en realidad, no le interesaba lo suficiente para ponerse en aquella búsqueda, sabía que si aquel niño era de esa manera, los padres debían de ser mucho peores.

  La risa de su subordinado se escuchaba en la lejanía, entre los gritos de dolor y las exclamaciones de furia.

 Sabía que en algún momento aquel muchacho terminaría por traicionarlo.

 Sabía que en algún momento aquel muchacho terminaría saltando a su cuello.

 Sabía que en algún momento tendría que deshacerse de él, porque podía llegar a estar en peligro. Pero por el momento, simplemente caminó hacia la figura cabizbaja del moreno, para posar su mano en su ondulado cabello.

- buen trabajo Dazai-kun -. Le dijo mientras observaba los cuerpos inertes a su alrededor -. Tan eficaz  como siempre.

 El muchacho no dijo palabra alguna. Tan solo levantó su cabeza y le sonrió.

 Le dio de esas sonrisas que conocía a la perfección. Que eran cómo observarse en un espejo. 

 Copia de sus propias sonrisas falsas.

 Copia de sus propias sonrisas egoístas.

 También le devolvió la sonrisa, para comenzar a marcharse hacia la Port Mafia. No hubo necesidad de palabra alguna para que el más bajo comenzara a caminar detrás de él, en silencio, solo siendo interrumpido por el sonido de sus pasos firmes sobre los charcos de sangre y huesos rotos.

 Por más que ofreció, al llegar, Dazai no aceptó ser revisado por ningún médico. Simplemente se encaminó hacia su habitación, con la excusa de que podía tratarse solo. Mori no insistió, simplemente lo dejó marcharse y se dirigió hacia su oficina para terminar el papeleo que había desplazado por aquella misión.

 "Si tan solo consiguiera subordinados tan capaces como Dazai, no tendría que interrumpir mi labor con tareas cómo aquellas", pensó.

 Recordó la sonrisa burlona del castaño y chasqueó la lengua, intentaría al menos de conseguir a alguien más simpático.

 Repentinamente se dio cuenta del accionar del castaño y se incorporó rápidamente, para marchar entre maldiciones hacia la habitación de Dazai, a la cual ingresó sin pedir permiso alguno para encontrarse con lo que había supuesto, un sangrante Dazai tirado en la cama, con una sonrisa en su rostro y una caja de medicamentos a su costado.

 Se dijo a si mismo que también buscaría a alguien sin tendencias suicidas.

 Y  acto seguido fue a revisar las pulsaciones del menor, su corazón seguía funcionando. Mori agarró ambos brazos del contrario, las cuales tenían dos grandes cortes verticales desde el codo hasta las muñecas y se encargó de vendarlas fuertemente para cortar la hemorragia. Luego revisó los medicamentos y comprendió que simplemente había querido ingerirlas en exceso, pero simplemente había logrado perder la consciencia por unas horas.

 Suspiró, aquel muchacho siquiera era capaz de terminar con su propia vida correctamente.

 "Todavía es útil", "todavía sirve", se decía a sí mismo, para ayudarse a ignorar aquel deseo de deshacerse de Dazai, por mera precaución, "tiene que seguir con vida", insistía, "todavía sirve".

 Pero dudó por un segundo de acabar con la vida del castaño con sus propias manos cuando este le sonrió de la misma manera de siempre al despertar.

 Una sonrisa llena de burla.

- ¿te asustaste? - Soltó.

 Mori simplemente respondió con otra sonrisa, ancha y afilada.

- para nada -. Dijo-. Pensé que tal vez, finalmente habías logrado fallecer tal cómo deseas, es una pena que no lo hayas logrado -. Continuó.

 Dazai no volvió a responder.

 Tan solo se observaron, con esas miradas crueles, llenas de sentimientos y pensamientos egoístas. Aun sonriendo.

 Mori, internamente, deseó arrancar aquella sonrisa en el rostro del contrario. Deseó, que el contrario anhelara la muerte realmente, para que sin importar el método que utilizase, finalmente lograra fallecer.

 Por ende, el mayor se prometió a si mismo encontrar una manera para borrar aquella burlona sonrisa en Dazai, para así, generar en el menor, una sensación de desesperación, desolación y tristeza, de tal manera que el contrario se llenaría de arrepentimiento y vergüenza por su actitud socarrona y le rogaría por ayuda, para finalmente conseguir acabar con su vida.

 Le mostraría a ese diablo que era ser débil.

 Le mostraría a ese diablo que era ser vulnerable.

 Le mostraría a ese diablo que era ser desechado.

 Le mostraría a ese diablo que era ser insignificante.

El diablo no negociaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora