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El día siguiente transcurrió con normalidad, de no ser porque Chūya había desaparecido.

- Ōgai -. Le había llamado Elisse -. Chūya... -. Luego se mantuvo en silencio.

- ¿Que pasa con Chūya? - Preguntó alarmado.

- él no está.

Fue entonces cuando Mori recordó que no lo había visto en todo el día. Esperaba que no hubiese hecho ninguna tontería

El mayor se apresuró por salir de su escritorio tirando todos los papeles que tenía bajo sus manos y tropezando debido a la ansiedad con su propio abrigo. Sin terminar de recobrar correctamente el equilibrio salió corriendo a la habitación del más bajo.

La niña no solo lo observaba fijamente, sino que también corría detrás de él, con una expresión de temor en el rostro.

Chūya.

Tenía que encontrarlo.

Chūya.

Debía encontrarlo.

Chūya.

Quería encontrarlo.

Chūya.

¿Dónde estás?

Doblo en la esquina y comenzó a subir las escaleras. Está vez no se detuvo por ninguna razón al estar frente a la puerta, intentó abrir esta amablemente pero al notar que estaba trabada sacó el arma que tenía escondida para situaciones de emergencia y disparo tanto a la cerradura como a las bisagras provocando con una patada que esta cayera, no le importó el arruinarla luego podría comparar otra, Chūya ahora era más importante.

Ingresó velozmente aún con el arma en mano, preparado para cualquier presencia indeseada. Pero siquiera se encontró con Chūya.

La habitación estaba completamente vacía.

Cruzó el amplio monoambiente que conformaba el living, comedor y cocina para ir directo al pasillo y comenzar a abrir puertas en busca del pelirrojo.

Revisó en el baño: nada.

Revisó en el armario: nada.

Revisó en la habitación: nada. Allí solo había sábanas desordenadas y diferentes objetos rotos en el suelo.

Siguió hasta la última puerta que se encontraba completamente cerrada, procedió a hacer lo mismo que con la puerta principal. Para luego ingresar a una habitación repleta de papeles rotos, armas dando vuelta, fotos quemadas, colillas sin tirar. Se sorprendió con varias notas sobre un único mueble, un escritorio, las tomó, parecían ser todo aquello que Chūya había estado pensando la noche anterior luego de la aparición del su excompañero.

Tomó las notas con manos temblorosas. Algunas tenían la tinta corrida debido a las lágrimas, pero la mayoría eran legibles.

"Lo siento".

"No me dejes".

"Lo amo, aunque duele.
Lo odio, porque duele."

"¿Que hago?, Alguien dígame, por favor, ¿Que hago?"

"Pero es mí culpa".

"Dijo que lo sentía."

"Dijo que quería enmendarlo".

"Dijo que quería cambiar".

"Dijo que me quería, a mí, ¿Alguien puede ser capaz de aquello?"

"Tengo miedo".

El diablo no negociaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora