Obedeceme

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  Cuando era pequeño soñaba con ser policía, acabar con todos los criminales del mundo y luchar por la justicia que estos corrompían

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  Cuando era pequeño soñaba con ser policía, acabar con todos los criminales del mundo y luchar por la justicia que estos corrompían.

Irónicamente, terminé siendo uno de ellos. El más buscado, para mejorar mi suerte, en todo Corea del Sur por divulgar una información confidencial sobre una gran empresa. Además de unos robos, asaltos y algunas cuantas riñas que realmente no influían mucho en mi lista de cosas negras.

En fin, cuando era pequeño y tenía nueve años, prometí que nunca haría mal a mi país, haría lo que fuese necesario para defender a las pobres personas que sufrían por los vándalos, que no sería una mala persona como mis progenitores. Y bueno, con veintitrés años terminé siendo uno de ellos; uno que le roba a sus padres y huye como un cobarde.

En mi defensa, ¿a quién se le ocurría esconder dinero en la habitación del hijo que menos quieres? Aunque fuese poco. Además, fue su culpa por echarme sin un puto peso a la calle, por unos rumores estúpidos sobre que me había acostado con un hombre, y por proteger su honra, debían cancelar todo el matrimonio arreglado.

En realidad, los rumores no eran del todo mentiras, no era mi culpa tampoco. Ese tipo tenía dinero y una personalidad de mierda, inexplicablemente seductor para mí yo adolescente e incluso adulto. ¿Pero en serio eso importa ahora? ¿Cuándo estoy huyendo de la policía y de los subordinados de esa estúpida empresa?

—¡Maldita sea la hora que se me ocurrió hacer esta mierda! —grité mientras cruzaba la autopista, casi logrando que me choque un auto negro, bastante caro a mi parecer —. ¿¡Acaso no ves que casi me matas!? ¡Aprende a conducir, bastardo!

  Sin importarme quién era el conductor, continué corriendo a un destino que desconocía, con mi culo siendo perseguido por dos diferentes grupos de personas. Escuchaba balas y gritos a mi espalda, incluso insultos hacia mi persona, más no me detuve en ningún momento.

Lo único que deseaba era desaparecer de este mundo y dejar a mi cuerpo descansar.

—Mierda... —susurré, soltando varios jadeos por el cansancio después de haber corrido por toda la ciudad, por fin parecía que esos lunáticos no me seguían.

  Cuando la adrenalina ya no estaba corriendo por mi cuerpo, sentí doler mi hombro izquierdo, del cual salían grandes cantidades de sangre rojiza y caliente. Un bufido escapó de mis labios carnosos y secos, había llegado tan lejos y posiblemente dentro de poco moriría. No es que me quejase, morir era algo atractivo para mí después de tantos años de cansancio, pero en esta situación, y por esos infelices, no quería morir.

Más que nada por mi orgullo, aquel que gritaba que volviera a correr para ser libre de las esposas u tumba que me esperaban unos kilómetros por detrás.

—Maldita seas, empresa de los Lee —dije más que nada para mí mismo, pues era obvio que esto era mi culpa. Aun sabiendo eso, continué maldiciéndolos —. ¡Ojalá que caigan en banca rota, idiotas! ¡Y qué cuando estén en la calle: un perro los orine, y que un hombre borracho les vomite en sus estúpidos trajes de marca!

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