Flashback 2

51 4 6
                                    

Era un día normal, como cualquier otro. Estaba en una casa de acogida, donde me habían tratado como a una más desde que llegué. O más concretamente, desde que me encontraron.

Me habían apuntado a una escuela y ahora me encontraba paseando por los pasillos en dirección al aula correspondiente. Estaba en segundo de secundaria, pero el curso escolar no había hecho más que empezar.

La mañana iba pasando y yo no había conseguido hacer amistades nuevas, pues la forma en que me habían estado educando en aquel internado, me había dejado marcada para siempre. Todo el mundo me veía como el bicho raro de la escuela.

El timbre que indicaba la hora del descanso sonó por todo el edificio. Salí de mi clase y caminé por los pasillos hacia el patio del instituto, donde solía ir todo el mundo en este lapso de tiempo de unos 20 minutos. Llevaba mi almuerzo, preparado por la amable cocinera de la que era mi madre de acogida. Porque sí, la mujer que me había acogido en su casa había sido más mi madre que mi madre biológica.

Fui a sentarme a un árbol que daba una poca sombra, alejado de las demás personas, pero desde done se podía ver a todos los estudiantes jugar, reír, conversar y almorzando algo.

Yo solo me comí mi almuerzo, que consistía en un sándwich de jamón York y salchichón y un zumo de manzana, piña y uva. Al haberlo acabado saqué un libro que me había regalado mi padre de acogida por mi último cumpleaños.

O, al menos, esa había sido mi intención porque, de la nada, sentí a alguien que se acercaba a mi. ¿Por qué? Lo desconocía, pero sin duda, esperaba que fuese para bien. Era un chico de cabello negro, algo mayor que yo, y con ojos grises azules.

-Hola. ¿Puedo sentarme aquí contigo?-Empezó él.

Yo solo pude mirarlo sorprendida. No entendía la razón de que se acercase a mi, pero tampoco pensaba ser grosera.

-Hola. Sí, sí puedes sentarte aquí-asentí.

El chico así lo hizo. Me resultaba familiar, mas no sabía de qué me sonaba su rostro o su aspecto en general.

-Por cierto, yo soy Bruce Wayne. ¿Cómo te llamas tú?-Se presentó.

-Soy Hana-me presenté escuetamente.

-Hana...-decía él.

-Hana Sallow, pero por favor, solo Hana-pedí.

No quería que me llamasen por el apellido de mi familia biológica, aunque ya lo hacían todos los profesores. Pero como me habían educado, yo solo debía aceptar todo lo que los demás decían, principalmente los adultos, y si eran del sexo opuesto.

-Está bien. Solo Hana. Entonces, tú llámame solo Bruce-siguió él.

-Vale-acepté.

Nos quedamos en silencio, mirándonos bajo ese árbol y además, podía sentir las miradas de todos los demás alumnos puestas en mi persona. Luego, cuchicheaban por lo bajini entre sí. Pero, tampoco los culpo. ¿Qué hacía yo hablando con otra persona? ¿Yo, una chica considerada como el bicho raro de toda la secundaria?

-¿Cuántos años tienes? ¿En qué curso estás?-Preguntó Bruce.

-Tengo 13 años, pero aún tengo que cumplir los 14. A penas está empezando el curso. Y estoy en segundo. ¿Y tú?-Me interesé yo también.

-Tengo 16 años. Estoy en cuarto-respondió Bruce-. ¿Te gusta leer? A mi también me gusta, aunque no lo hago muy a menudo, a decir verdad. Por los deberes, los exámenes y esas cosas.

-¿En serio?-Pregunté.

Y no pude evitar mi sonrisa de emoción. Bruce asintió.

-¡Qué guay! Me sorprende, pero me alegra. No suelo conocer a chicos a los que les guste leer por simple afición, ya que todos lo hacen obligatoriamente y porque el instituto se lo manda-hablé sin siquiera pensar lo que estaba diciendo.

Cuando me percaté agaché la cabeza avergonzada, pero Bruce solo rio. No sabía decir si fue de mi o por el comentario que había hecho.

-Lo sé, suele ser eso lo habitual. Pero siempre hay de todo-aceptó Bruce cuando acabó de reírse.

Levanté la mirada levemente para posarla en sus ojos.

-Hana, no te avergüences por decir lo que piensas. Estamos en una época donde eso debería ser lo normal. Solo son pensamientos y si alguien se siente ofendido, que se joda y acepte lo que es en realidad. Eso o que cambie, según se mire-dijo Bruce.

Sonreí. No podía negarlo, pero me sentía bien en su compañía. ¿Por qué? No lo comprendía entonces, pero estaba segura de que lo iba a avergiuar. Como también estaba convencida de que iría paso a paso, viviendo cada emoción y cada momento como si fuera lo mejor del mundo. Por una vez, en mucho tiempo, empezaba a sentir que encajaba.

-¿Quieres ser mi amiga, Hana? O mejor dicho, ¿mi mejor amiga?-Cuestionó Bruce.

Lo miré atentamente para cerciorarme de que no era una broma de mal gusto.

-Sí, sí me gustaría ser tu mejor amiga-asentí.

Y esas fueron mis palabras más certeras desde que tenía memoria. Además, la cosa iría incluso mejor, aunque claro está, eso no ayudaba a mis ataques de ansiedad ni a mis otros problemas respiratorios, razón que me aseguraba el hecho de no dar Educación Física o, lo que es lo mismo, Gimnasia.

Este era, por el momento, el mejor día de mi vida, ya que había conocido a mi mejor amigo, la persona con la que, sin saberlo, estaría unida de por vida.

Continuará....

Mi primer amor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora