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Porchay miró el cielo una vez más a través de su paraguas transparente dándose cuenta de que todavía se encontraba lleno de severas nubes grises anunciando que otra tormenta se aproximaba. Desde hace algunos días la lluvia invadía Bangkok. No era constante. En realidad llovía, después se detenía, llovía de nuevo y así sucesivamente, por lo que el agua cubría una gran parte de las calles formando pequeños charcos que Porchay se dedicó a saltar con felicidad.

Eran las dos de la tarde y se dirigía hacia la tienda de antigüedades en la que trabajaba desde hace seis meses. No estaba lejos, sólo se situaba a un par de cuadras de su hogar.

El lugar era bastante tranquilo. No había demasiados clientes, así que de vez en cuando aprovechaba ese tiempo para realizar los deberes pendientes de la escuela, logrando de esa manera mantener las calificaciones perfectas que lo caracterizaban con el propósito de no defraudar a su hermano, quien durante mucho tiempo se opuso a que consiguiera trabajo.

Sus argumentos más comunes se resumían en que él era el mayor, por lo que era su deber mantenerlo. En el momento en que eso no funcionó, mencionó que el trabajo consumiría su tiempo hasta el punto de que sus calificaciones se desplomarían horriblemente, tanto que no podría entrar a la universidad que deseaba y esto último ocasionó varias discusiones que terminaron en nada.

A pesar de que las objeciones lo frustraron en gran medida, Chay entendía el lado protector de Porsche a la perfección, pero se negaba a continuar observando con los brazos cruzados cómo su Hia se desvivía por él, cómo sacrificaba cada parte de él para cuidarlo renunciando a sus estudios en el proceso, cómo llegaba a la casa atiborrado de golpes por las peleas clandestinas en las que participaba y ni hablar del horario espantoso que manejaba ocasionando que unas extensas ojeras se esparcieran por su rostro.

Él también quería protegerlo, aliviar esa carga pesada, que, aunque Porsche nunca lo admitiría, llevaba en sus hombros desde que sus padres fallecieron.

Al final ganó la discusión. Porsche le permitió trabajar, pero sólo hasta que ambos cubrieran la deuda enorme en la que su tío alcohólico los hundió y quien meses atrás los abandonó dejándolos enfrentar sus errores.

Cuando llegó a la tienda extrajo la llave de su bolsillo, luego la colocó en la cerradura, aunque se detuvo tan pronto como sintió cómo los vellos de su brazo se erizaban. Experimentó una corazonada desagradable, por lo que alzó la cabeza con un movimiento pequeño intentando ser discreto, después aprovechó el reflejo del cristal que había en la puerta e inspeccionó lo que había a su alrededor.

No encontró algo distinto a los demás días, todo estaba en orden. Estaban los mismos árboles y arbustos de siempre, los mismos edificios y casas, algunos autos, pero nada fuera de lo habitual.

Tragándose esa impresión que consideró errónea y exagerada, acabó por abrir la tienda al mismo tiempo que cerraba y sacudía su paraguas para quitarle los restos de agua.

Blessed with a Curse [KimChay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora