El avión aterrizó hace un par de minutos, por lo que todos los pasajeros se encuentran ya sobre tierra firme. Aliviada por al fin poder estirar las piernas, me alejo a paso medianamente apresurado —hago lo que puedo, teniendo en cuenta de que no siento casi mis piernas— del puente de abordaje.
Mientras camino, soy capaz de ver por los grandes ventanales que hay repartidos por todo el aeropuerto los exteriores. Finalmente en Wonderwall.
Me acerco a la cinta que se encarga de traer las maletas, y cuando logro ver la mía venir hacia mí, la tomo, haciendo un esfuerzo sobrehumano por lo pesada que es. Con un poco de ayuda divina logro salir de entre el montón de pasajeros y alejarme de ellos antes de empezar a entorpecer el ritmo apresurado de los viajeros.
Suelto un pequeño bostezo y me apresuro a sacar un montón de folletos de la universidad y que tenía en mi mochila, apenas siendo capaz de encontrar por mi cansancio el folleto que me indica qué debo hacer a continuación. Antes de poder leerlo, mis ojos van involuntariamente a las pantallas del aeropuerto, donde dos de ellas avisan a los pasajeros del vuelo 371 con destino a Alemania que deben abordar. Suelto un suspiro. Tengo al Pacifico entre todos mis conocidos y yo, y lo único que tengo para guiarme es un panfleto en inglés que me explica que, una vez llegue al aeropuerto, debo buscar a un grupo con la bandera de la universidad.
Genial.
Miro a mí al rededor, encontrándome con una multitud de personas que me impiden una perfecta visión de mis alrededores. Vuelvo a mirar el panfleto. Supongo que se les hace gracioso reírse de los pobres y agotados universitarios que solo quieren llegar a su nuevo hogar para dormir por largas horas.
Tomo la decisión de caminar un par de metros hasta la puerta para ver si allí está el grupo, esperando que no se hayan ido sin mí, cuando una mano se posa en mi hombro, sobresaltándome. La causante de mi casi infarto es una chica de pelo rosado con ojos risueños. Ella sonríe con amplitud y luego se acomoda un mechón rosado detrás de su oreja.
—¿Eres Astrid?
Por un momento dudo en responder. Digo, ¿quién me asegura que no es una secuestradora? Mis alarmas se calman al ver que en el bolsillo delantero de sus vaqueros también hay un panfleto de la universidad de Wonderwall.
—Correcto.
—¡Estupendo! Llevamos una hora esperándote. ¡Está aquí, chicos! —grita, ahora en dirección de un montón de universitarios. ¿Estaban ahí cuando llegué?
La pelirrosa me toma de la mano, y antes de ser llevada a rastras, alcanzo a tomar el asa de mi maleta para arrastrarla conmigo. Una vez estoy frente al grupo y la guía de la universidad se ha presentado conmigo —Eloise es su nombre—, se pasa la lista de estudiantes que tenían que llegar antes de que nos lleven hasta los buses de la universidad. No me da tiempo a mirar mi entorno de camino al bus, pero una vez dentro, me encuentro frente a una de las ciudades más bellas que jamás haya visto. Todo se ve en perfecto orden, e incluso el arte callejero es precioso y hace juego con los colores de los edificios. Afortunadamente para mí, que ya me duele el trasero y la espalda baja de tanto estar sentada, el trayecto se hace milagrosamente corto. Una vez hemos llegado, nos notifican el lugar donde están nuestras maletas, y al pasar a recogerlas, a todos se nos indica que entremos a la recepción.
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Perfecta atracción
RomanceLibro número I de la bilogía 'Amores que duelen'. I · I · I «Lo fácil aburre, lo difícil atrae, lo complicado seduce y lo imposible enamora. Y tú, Afrodita, me traes loco». I · I · I Muchas copas de alcohol, una pelea clandestina y un boxead...