8. Peleas clandestinas II

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Hace varias horas que los chicos se han ido a las peleas clandestinas

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Hace varias horas que los chicos se han ido a las peleas clandestinas. En un principio eso no pareció tener mucha relevancia conmigo, digo, no subí a ese auto para ir con ellos a ver las peleas y apenas si hablé con los chicos un par de horas antes de irse. Pero —porque ahora parece que siempre habrá un pero en mi vida—, olvidé el factor "tienes en tu casa a un metido llamado Frank". Y como olvidé ese factor, pasó lo que pasó: Frank se llevó un portarretrato mío a las peleas, según él como un "recuerdo" del día que nos conocimos.

—¡Pero será idiota! —gruño, molesta.

En ese mismo instante Anna entra a la habitación con su teléfono en la mano y una expresión un poco más tranquila que antes, cuando nos dimos cuenta de que faltaba una foto.

—Tranquilízate. Ya llamé a Sirio y le expliqué el problema.

—¿Y?

—Ya mandó a Frank devuelta al departamento.

Aunque eso debería tranquilizarme del todo, pensar en que llevó mi cara a un evento como ese no me va a dejar tranquila por mucho tiempo. Eso lo sé.

—Bien, entonces solo nos queda esperar.

· I ·

—Señorita Meyer, el joven llamado Frank está aquí... Otra vez.

—Hola de nuevo a mi modelo preferida —escucho al chico parlotear del otro lado del intercomunicador.

Ruedo mis ojos y presiono el botón plateado que hay debajo de la bocina del intercomunicador para poder hablar.

—Déjelo pasar, por favor.

Me siento en uno de los pufs que hay en la sala mientras espero a que Frank suba. Anna también toma asiento en uno de ellos a mi lado. Los segundos pasan y empiezo a desesperarme, pero afortunadamente el castaño no se entretiene en el camino o nos hace esperar tanto.

—Hola, adivinen quién ha... Uh, ¿Quién ha muerto?

—Tú lo harás si no entregas el portarretratos que te llevaste.

Frank sonríe, tenso.

—Eh, si, eso... Lo perdí.

—¡¿Qué!? —grito, poniéndome en pie lo más rápido que mis piernas me lo permiten.

—Tranquilas, nenas. No lo perdí, lo perdí. Lo perdí, se lo di a alguien. Además, sé dónde puede estar.

—¿Dónde puede estar? Más te vale que puedas traerlo aquí rápido, o...

Frank le resta importancia al asunto con sus manos.
—No tienen porqué alterarse, nenas. Se lo presté a un boxeador para que me lo cuidara en lo que yo...

—¡¿Qué!? —gritamos Anna y yo al unísono.

—¿Acaso estás loco? —esta vez grita ella sola.

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