07. Podridos.

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—Se acabó, Aric.

Él no entendía a lo que se refería. Su mente estaba confundida y ni siquiera podía comprender el porqué Derha lo había empujado cuando intentó besarla.
Estaban en la biblioteca, en su lugar seguro... Quizá había alguien cerca, pensó, alguien a quien él no había visto. Que ingenuo.

—No... ¿Qué? —Murmuró, aturdido.

Sus manos estaban temblando ¿por qué estaba temblando? No hacía frío, el cuerpo de la alfa era cálido, pero estaba demaciado lejos.

Derha lo miraba, pero Aric sentía como si no lo hiciera. Él abrió la boca, pero ninguna palabra salió. Todo estaba sucediendo tan rápido y sus pensamientos eran lentos.

Había pasado toda la tarde cabalgando bajo el sol, seguro el calor le había echo algo a su cabeza. Probablemente estaba alusinando, incluso.

—Aléjate de mi y yo me mantendré alejada de ti —Derha pasó a su lado, lo empujó ligeramente con el hombro. Él se tambaleó, no entendía. No entendía lo que salía de su boca. —Entre tú y yo no sucedió nada. ¿Te queda claro?

La alfa estaba bajo el humbral de la puerta. Una de sus manos apretaba el tallado de madera que rodeaba el marco.

—¿Qué dices? —Dijo Aric, como si fuera un imbecil. Así se sintió, por lo menos. —No.

Derha se fue. Él vio su espalda desaparecer por la puerta y después escuchó sus pasos sobre la alfombra del pasillo, alejándose. Los recuerdos de él siendo un niño que deseaba siempre seguirla le llegaron a la mente. Derha siempre fue de pasos veloces, como si llegara tarde a todos lados, y Aric siempre se quedaba atrás en sus juegos, en sus paseos, en todo. Siempre terminaba viendo como ella lo dejaba.

Así que aprendió a dar dos pasos rápidos en vez de uno, aprendió a dar pequeños saltitos disimulados, sus piernas se hicieron más largas con el tiempo. Porque Derha nunca se molestaba en caminar más lento por él, y él siempre quería estar a su lado.

—Oye... —Murmuró hacia la nada. Como si ella aún lo estuviera escuchando —¡Derha!

Salió disparado de la biblioteca, sus botas hicieron fricción contra la alfombra y comenzó a correr en la dirección que sus sentidos le decían. El aroma a maderos y ámbar fue algo que tuvo que aprender a identificar a pesar de no tener un olfato subdesarrollado como los alfas y omegas.

Aric aprendió a seguirla porque, sin importar donde estuviera, que tan perdido se sintiera o lo lejos que estaba de algo reconocible, sabía que si estaba con ella, todo iría bien.
Aric siempre se aferraria a la mano de Derha cuando exploraban, asegurándose de no soltarla ni un segundo. Pero aún si la perdía de vista, podía rastrear su aroma a donde fuera.

—¡Derha! —La encontró varias minutos después, ella había ido al ala oeste del palacio, casi deshabitada —¿¡Qué demonios fue eso!?

Pero la alfa no respondía, estaba muy ocupada forzando la cerradura antigua del salón de Guerra. Era una habitación enorme llena de espadas y mapas con viejos documentos de estrategias. Desde hacía mucho que no se ocupaba.

—¡Contestame! —Gritó Aric, a punto de la histeria —¡¿Qué mierda, Derha?!

—Lo que escuchaste. —Ella gruñó, la puerta no cedía —¿Crees que arriesgaré el nombre de mi familia y la reputación de la corona por ti?

—¡No me dijiste eso en el baile de primavera, ni hace unas semanas en la biblioteca!

—Ya lo pensé mejor, con la cabeza fría —Le dio un empujón a la madera y nada.

—¡¿Por qué?! —Bramó el beta —¡Estábamos bien...! —Su voz tembló y se tuvo que tragar sus palabras para no mostrar su debilidad. Creyó que después de tantos años, por fin había un momento para ellos, para estar de la forma en que querían. Aric se sintió más feliz que nunca en su vida y ahora... Era como si la Diosa le escupiera en la cara.

—Una relación así no iba a durar para siempre —Ella por fin se giró a mirarlo, sus ojos eran como un par de frías dagas que atrevesaron el cuerpo del beta —¿Qué? ¿Esperabas ser mi amante toda la vida? ¿Qué yo fuera reina, me casara y tuviera hijos mientras te tenía también a ti?

Aric mordió el interior de su boca con impotencia. Si pudiera, se burlaria de si mismo.

Porque desde aquella noche de primavera supo que, si quería estar con Derha para siempre, su lugar sería el de un amante. Se convertiría en el secreto de la reina, el juguete personal de su majestad. Todos lo sabrían, los secretos corren como fuego en la corte.

Probablemente perdería su orgullo como beta, su dignidad como persona... Pero estaría donde siempre quiso, con quien siempre deseó.

Creyó que si Derha lo amaba, podría llegar a vivir con eso.

A la mierda la gente; si a Derha le apetecía besarlo en medio de un parlamento o ponerlo en su regazo mientras ella estuviera sentada en el trono ¿Quién se opondría a la reina? Imaginó lo humillado que se sentiría, en lo avergonzados que estarían sus padres por tener un hijo como él, pero la gente se acostumbraría y él también lo haría con el tiempo.

Tal vez no sería nunca su cónyuge, o el padre de sus hijos, pero sería algo más que eso para ella.

Pensó que si Derha lo amaba a él, podría soportar que estuviera con un omega, que fuera otro quien le diera herederos y que otro fuera llamado su esposo.

—Felicidades, Aric, descubriste un nuevo nivel de lo patético —Le dijo, como si leyera sus pensamientos y supiera que él hubiera aceptado ser la burla del reino sólo por ella.

Los ojos de Aric se llenaron de lagrimas. Derha por fin abrió la puerta, puso un pie adentro pero él fue más veloz al tomarla del brazo, impidiéndole que lo dejara fuera.

En ese momento, más que nunca, se sentía estúpidamente ridículo, y ridículamente destrozado.

—Dime la verdad... —Murmuró, permitiéndo que las lágrimas corrieran por sus mejillas, jugando una carrera hasta su barbilla. Su corazón estaba prendido en llamas, un humo lo estaba asfixiado desde dentro —¿Por qué?

—No lo entenderías —Derha le sonrió con un sinismo que no llegó a sus ojos, la alfa parecía casi triste. Pero Aric no lo podía decir con exactitud, ya que su mirada temblaba —Pero así deber ser. Acéptalo y ambos estaremos bien.

Corona de sangre. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora