01. Éramos.

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Hace un par de décadas, la alfa Alessandra de la casa Mistborn reinaba junto a su consorte Leina. Tenían un gobierno estable, sin altibajos ni grandes conflictos. Fue una era pacífica, le dieron tranquilidad a sus súbditos. Como fruto de su unión, nacieron dos cachorros: Carl y Edward.
 
El mayor de ellos era Carl, por ende, según el orden de sucesión, la corona debió ser suya y de su descendencia, era lo ovbio.
Pero había un detalle que impedía que Carl fuera nombrado rey: su condición de omega. Ningún lord o súbdito aceptaría a un omega en el trono.
Ante esto, la reina descartó a su primogénito, haciéndolo a un lado para nombrar a Edward (que era un alfa) como el único heredero.

Eso nunca causó disputas entre los hermanos. Ambos lo aceptaron. Después de todo, así eran las cosas.
  
Al morir la reina Alessandra, Carl se casó con un alfa de una casa menor, Orlan Retlow y contra todo pronóstico salió de la Corte para vivir con el perfil bajo junto a su familia. El príncipe mayor decidió acoplarse en el campo, un lugar tranquilo y verde. Tuvo dos hijos: Aric y Arlette Retlow.
  
Edward ascendió, convirtiéndose en rey. Se casó con Belissa Casterlanne y tuvo tres hijos: Derha, Aliv y Kriss.

Derha era la primera hija alfa del rey. La favorecida de la Corte, la obvia heredera al trono. Ella siempre fue considerada como la futura reina. Nunca se propuso ningún otro posible sucesor. Para el rey, la Corte y el pueblo, la pequeña tenía un destino tan brillante como lo sería la corona en sus oscuros cabellos.

Derha creció con Aric siendo muy unidos el uno al otro. Ella adoraba a su primo, él era su mejor amigo en todo el reino, a pesar de que sólo lo veía tres veces al mes. Aric vivía a las afueras de la capital, en Point-ailes, donde su padre era terrateniente.

Él era tan agradable e inteligente, como cualquier beta. Pero no era un estirado presumido, sólo un chico al que le gustaban los caballos y los perros. El rey Edward decía que su sobrino estaba siendo educado como un niñito de campo, y tal vez tenía razón. Aric era la única persona humilde y amable en toda la Corte.

Derha tenía más “amigos”. Todos eran hijos de Lords, tesoreros, guardias reales o lo que sea. Aunque ella no se fiaba de su amistad, pues sabía que muchos de ellos sólo estaban con ella porque sus padres así se los ordenaron. Además, eran unos terribles lamebotas, siempre intentaban mantenerla contenta y eso le era a la princesa muy agobiante.

De cualquier forma, ella no necesitaba más amigos que Aric.

Derha siempre lo esperaba, en cuanto le anunciaban que Aric ya iba en camino al palacio, ella se pegaba a la ventana para ser la primera en ver su carruaje a lo lejos.
Pero una noche de otoño, cuando la alfa tenía 12 años, la luna había caído en el cielo, iluminando el largo y serpenteante camino de piedras plateadas que iban desde las rejas que rodeaban los jardines delanteros hasta las puertas gemelas de la residencia de los reyes. Y no había rastro de su primo, a pesar de que ya era casi media noche.

—Ya es hora de dormir, princesa —Nana Edín entró a las habitaciones de Derha con una pijama de seda en los brazos.

—Permítame unos segundos, nana.

—El joven Aric llegará hasta muy noche, una de las ruedas de su carruaje se averió y tardaron horas en arreglarla.

—¿Qué tal si duermo en su habitación? Así sabré cuando llegue —Derha se giró, con mirada suplicante —¡Anda, nana! Seguro él se sentirá muy mal si no lo espero como siempre.

—Dormir en una habitación que no es la suya es incorrecto. Y estoy segura de que el señorito Aric sobrevivirá una noche sin su presencia.

Derha hizo una pequeña rabieta, pero nada convenció a la bruja de la nana. Aunque era la princesa heredera, pocas veces se le dejaba hacer lo que quería. Ella se dejó poner la pijama a regañadientes y fue arropada. La nana apagó todas las velas de la enorme habitación y echó agua a la chimenea.
Pasó un rato mirando el candelero de cristal que colgaba de su techo, hasta que escuchó el relinchar de los caballos y el ajetreo de las ruedas sobre las piedras. Supo que su primo había llegado, ya era madrugada.

Corona de sangre. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora