La tenue y débil luz de la lámpara iluminaba la habitación desordenada en la que su frágil cuerpo entumido yacía sobre la cama, mientras el reloj, cuyas manecillas producían el único sonido que podían escuchar sus oídos, marcaba cerca de las cuatro de la mañana.
Iba a ser otra madrugada más, igual de vacía y deprimente que todas las que había vivido durante los últimos cuatro años.
Pero eso iba a cambiar ahora: esta madrugada iba a ser diferente.
"Vamos. No es tan difícil. Solo es tragarte todas estas pastillas. ¿Qué puede salir mal? Morir es literalmente lo peor que puede pasar, y eso es justo lo que queremos... ¿O no, Park Jimin?"
Estas eran las palabras que le susurraba su mente mientras sus ojos observaban la docena de cápsulas que titilaban en su palma, como si fueran piedras preciosas en las que veía la esperanza de salir de su miseria.
"Así es. Una vez que las trague, ya no habrá más días sin sentido ni más noches de tortura sin dormir; solo un dulce sueño eterno en el que ya no sentiré vergüenza y en donde, quizás, pueda bailar de nuevo y para siempre."
Era tentador.
Una débil sonrisa iluminó su rostro oscurecido por las ojeras. Y miró la luna por última vez.
—Aquí vamos... —suspiró, y puso una por una las pastillas en su boca para tragarlas con pequeños sorbos de agua.
Incluso, en medio de la prisa por irse, intentó tragar dos o tres a la vez, como si fueran dulces de goma. Su garganta dolía, ardía, se lastimaba, y sus ojos lloraban por las arcadas que le quitaban el aliento cada pocos segundos.
¿Cuántas habían sido? ¿Doce? No... eran más de doce. Tal vez quince, o veinte, pero ¿qué importaba?
¿Serían suficientes? Pff, claro que lo eran. Ya estaba lo bastante débil. Comía poco, dormía poco, casi no tenía ganas de moverse. Ahora mismo, su cuerpo era una simple cáscara. Un puñado de esas seguro bastaban.
¿Se arrepentiría? Aunque lo hiciera, no le servía de nada quedarse en este mundo. Ya no podía bailar. Ya no tenía motivos para quedarse.
Se recostó de nuevo en la almohada y cerró los ojos. Muchos malestares le carcomían el cuerpo y no sabía decir si era por lo mal que había cuidado su salud todo este tiempo, o porque las pastillas le estarían surtiendo el mal efecto que esperaba.
No lo sabía. Y no le interesaba saber, así como absolutamente nada más le interesaba.
Sus ojos empezaron a pesar, y sin ánimos de resistirse, se entregó al profundo sueño...
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.Hace cuatro años...
Hoy era el gran día. Finalmente había llegado el momento de hacer su debut como bailarín de danza contemporánea, y muchísima gente había venido a verlo.
Era natural. Jimin, incluso siendo solo un aprendiz, era muy popular; tenía redes sociales muy activas en las que compartía con el mundo su pasión desenfrenada por la danza, y realmente no era difícil notar que tenía un talento extraordinario para ello. Además, era tan encantador y carismático que ganar seguidores y fans había sido tan fácil como publicar casi a diario una secuencia de pasos completamente nueva.
Así de talentoso era Jimin. Así de apasionado por lo que hacía.
Incluso desde muy pequeño había mostrado signos de este talento. Las cuidadoras del orfanato le contaban a menudo historias de cómo apenas aprendió a caminar, había empezado a moverse, a girar.
No tenía padres, era cierto. Pero siempre había tenido a la danza, y había encontrado refugio en ella y en la calidez que sentía cada vez que se movía con la música.
Eventualmente, luego de varios años allí, un cazatalentos descubrió aquel diamante en bruto y decidió llevarlo consigo para pulirlo. Aquel hombre le dio un pequeño departamento y la posibilidad de ser aprendiz de una reconocida empresa, y el chico no lo pensó dos veces antes de mudarse y empezar esa nueva etapa de su vida con grandes ansias.
A partir de entonces vivió solo, pero iba a diario a la empresa a practicar, desde temprano en la mañana hasta que caía la noche. Y se preparó siguiendo esa rutina durante años, esperando pacientemente hasta que la empresa pudiera encontrarle compañeros igual de talentosos y apasionados para por fin hacer su debut.
Tenía dieciocho años cuando eso finalmente sucedió. El mánager llegó una mañana y le presentó a tres chicos de edad similar: Hoseok, Taemin y Kai, quienes serían sus compañeros de ahí en adelante y con quienes podría debutar muy pronto, puesto que todos ellos eran realmente talentosos y estaban a su nivel.
Las cuatro estrellas se habían reunido y brillarían como nunca.
O quizás el destino tenía planes diferentes, porque, cuando llegó el gran día y todos ellos estaban sobre el escenario dando todo lo que tenían en su debut como grupo de danza contemporánea, una de las luces cayó sobre la escena, destrozándolo todo y causándoles múltiples fracturas a los miembros.
Todos resultaron con lesiones ese día. Brazos rotos, dedos rotos, esguinces y desgarres... pero quien se llevó la peor parte fue sin duda Jimin, cuyas múltiples fracturas en las piernas y pies a causa del golpe directo que recibió, le llevaron a atravesar una serie de operaciones y tratamientos.
Los doctores que lo ayudaron en el proceso dijeron que había sido un milagro que su cadera no se hubiera visto involucrada, porque, de otro modo, habría perdido por completo la movilidad de sus dos extremidades más importantes. Era un alivio que no fuera el caso, pero aun así, incluso después de todas las rehabilitaciones, algo continuaba mal.
Su cuerpo no logró recuperarse del gran impacto del todo. Podía caminar de nuevo, era cierto... pero ya no podría volver a bailar nunca más, porque, si llegaba a intentarlo, sus ahora débiles huesos cederían y era posible que reconstruirlos los hiciera todavía más quebradizos.
Aquellas grietas nunca desaparecerían, ni de sus huesos, ni de su corazón. Sus huesos se habían roto, y sus sueños también.
Ese accidente fue lo peor que pudo presenciar el mundo del espectáculo durante mucho tiempo. Si bien no se habían lamentado víctimas, la pérdida había sido enorme: el grupo se disolvió, y Jimin, quien había sido nombrado como líder poco antes del debut, dejó la empresa y se retiró de las redes. Ya no les era útil, ya no podía bailar. Y si ya no podía bailar, no le quedaba nada más.
Era huérfano. No tenía amigos. La indemnización de la empresa por la negligencia era su única fuente de ingresos, así como el apoyo monetario que el gobierno extendía para las personas con discapacidad.
Educación, solo poseía la que había recibido de las profesoras del orfanato, así que no podía conseguir trabajo, y mucho menos dedicarse a labores físicas porque su cuerpo no podría soportarlas.
No tenía opciones. No tenía nada. No tenía siquiera motivo alguno para salir de aquel pequeño departamento, así que, con todo eso, no dudó en encerrarse y no salir más. Nunca más.
Hikikomori. Ese era el nombre que recibían las personas como él, que se aislaban por completo de la sociedad para vivir una vida de reclusión en la soledad de sus casas. Lo había leído en un libro alguna vez, pero no era capaz de recordar en cuál. Lo que sí sabía era que, en su caso, según el libro —y esto sí lo recordaba—, el síndrome del aislamiento se había producido por su trastorno de estrés postraumático.
Jimin entendía lo que era. Entendía cómo se sentía y las causas, lo que era el inicio para salir de ahí y avanzar de a poco hacia la sanación. Pero él no quería sanar, no valía la pena.
¿Por qué esforzarse en salir de ese agujero si cuando llegara a la superficie seguiría sin ser capaz de bailar?
No tenía sentido. Nada tenía sentido.
Y morir era la única opción que existía ante sus apagados ojos.
Había tardado años en reunir el valor.
Y una vez más, el gran día había llegado.
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Serendipia || 뷔민
FanfictionUn fatal accidente en el escenario ha alejado a Jimin de su más grande sueño: la danza. Avergonzado y desesperanzado, cuatro años de absoluto confinamiento le llevan a tomar la terrible decisión de quitarse la vida. Pero un encuentro fortuito en el...