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Recuerdo que las personas muy mayores de mi pueblo siempre nos decían a los niños que si nos poníamos las lagañas de los perros en los ojos, podríamos ver todo lo que ellos ven, a mí siempre me daba curiosidad saber que era lo que ellos veían cuando aullaban y más por las noches, pero se me hacía muy loca la idea de ponerme lagañas de perro en mis ojos.
Así pasaron los años, ya había olvidado eso, hasta que una noche mis perros aullaban sin parar, estaban demasiado inquietos, parecía que algo les asustaba, y fue que recordé eso que decían los ancianos, así que con el valor de ser un adulto, decidí hacerlo, salí y me acerqué a mis perros, puse mi dedo en sus ojos y enseguida en los míos, miré para todos lados y no ví absolutamente nada, pensé que era una tontería de viejos mayores que sólo asustaban a los niños con eso, así que molesta, entré a mi casa, lavé mi cara y fui a dormir.
A eso de las 3 a.m. volví a escuchar aullar a los perros, molesta, me levanté y salí al patio, empecé a regañarlos para intentar calmarlos, cuando giré para entrar a la casa, ví a Doña Tenchita parada afuera de su casa, como era de esperarse, los perros la despertaron, al cerrar la puerta, un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar que Doña Tenchita había muerto hace un año, quedé paralizada y sin aliento al ver a un hombre sin piel cruzar de la sala a la cocina, los perros empezaron a rasguñar la puerta, mi corazón casi se me salía y el aire me faltaba al escuchar a uno de ellos decirme: "sal de la casa, ellos están adentro".





                                              Fer Lagunes
                        Cuentos para monstruos

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