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Todos conocemos el amor y la dulzura de una abuela. La mía no era la excepción. A través de mi vida, mi abuela siempre ha sido como mi madre, (pues mi madre siempre está trabajando.)
Dándome amor y protección, ella estaba feliz pues se acercaba mi cumpleaños número 8, en esos días, una mañana mi madre salió temprano.
Mi abuela aún no despertaba, así que le preparé desayuno la arropé jugué con ella, vimos televisión, pasé todo el día cuidándola como ella a mí, cuando llego mi madre yo dormía en la cama de mi abuela, mi madre notó algo raro y me sacó. Mi abuela yacía muerta, no lo entendí. El día de su funeral cumplí años pedí con todas mis fuerzas que mi abuela regresara. Esa misma noche sentí la voz de ella diciéndome: “Feliz cumpleaños, hijo”, me levanté feliz, corrí a contarle a mi madre pero ya no estaba. Empecé a hablar y contar todo lo que hacía como si mi abuela estuviera en la casa.
Al dormir, en mis sueños ella me contaba cosas de su vida y de mi madre, me contó que mi madre tenía una muñeca guardada que amaba llamada Rosy. Al despertar fui a buscar donde mi abuela dijo que estaría la muñeca, se la llevé a mi madre y le dije: “la abuela te extraña y Rosy también” mi madre lloró y no me dijo nada, tal vez pensó que mi abuela me había contado. Pasaron meses en los cuales yo jugaba con mi abuela. Un buen día, mi madre volvió a casarse, y tiempo después nació una bella niña, mi hermanita; pasé a ser su niñero pues ya tenía casi 10 años. Una vez, por esos días, vi cómo mi abuela sacaba a mi hermana de la cuna para arrullarla, de repente vi su reflejo en el espejo y estaba deforme parecía un cadáver en descomposición, me asusté, corrí y le arrebaté a mi hermana, le dije que se fuera, me dijo: “No tengas miedo, soy tu abuela siempre los cuidaré y protegeré”.
Le dije que se fuera, así que desapareció. Pasados unos días, mi padrastro llegó borracho, mi madre aún no regresaba y mi hermanita no paraba de llorar, “cállala” me dijo. Traté, pero no dejaba de llorar. Él me golpeó, me lanzó al suelo, y luego fue por mi hermana, desesperadamente llamé a mi abuela: “¡abuela!, ¡abuela!” y de repente la puerta del cuarto de mi abuela se abrió, sonó su risa y el hombre quedó paralizado. Mi abuela, que apareció deformada como un cadáver, tomó al hombre entré gritos, y arrastrando lo llevó a su cuarto, sentí un golpe, la puerta se cerró y desapareció. Todo quedó en silencio, tomé a mi hermana y nunca más vimos a ese hombre.
Cada día mi madre sale a trabajar y mi abuela arrulla a mi hermana y cuida de mí.








                                              Fer Lagunes
                        Cuentos para monstruos

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