Mi corazón me advertía con sus latidos que había vuelto a ser un niño, aquel a quién un tierno pequeño de cabello negro, con anteojos, nariz pequeña, y sonrisa de ángel había chocado por correr escapando de unos idiotas, aquel niño que esa mañana conoció a su primer amor, y lo perdió también.
Aquel adolescente que golpeó con una puerta a otro, reconociendolo al instante como el niño que había acelerado su corazón por primera vez al encontrarse con sus ojos.
Aquel hombre que lo reconoció aún en la oscuridad de un bar, aquel que quería converserse de no mirarlo, de no tocarlo, aquel que perdió contra sí mismo cuando vio su sonrisa nuevamente.
Con cada paso volví a ser ese hombre, ese que peleaba en vano contra si, porque volvía a perder por Win.
—¿No me odias? —cuestione cuando llegue frente a el.
—Cuatro años Bright, ¿puedes siquiera recordar algo de aquellos días?
Y si le dijera que lo recuerdo todo, cada segundo, cada beso, cada caricia, cada sonrisa, cada mirada tierna que me dedicaba, si se lo dijera cambiaría algo, si le dijera que cada una de esas cosas han sido mi tortura desde entonces cambiaría algo acaso.
—Mucho sexo —respondí entonces y tome un sorbo de mi cervaza.
—Mucho sexo —repitió sonriendo—. Entonces recuerdas lo único que valió la pena.
Sonreí.
—Me gustaría saber que se siente —dijo tomando de su cerveza también.
—¿Qué?
—Ser como tú —respondió mirándome.
—¿A qué te refieres?
—¿Lo quieres hacer otra vez acaso? —cuestionó entonces mirándome a los ojos.
—¿Qué?
—Que sea el sexo lo único que valga la pena —respondió con una sonría en los labios.
—¿Tú lo quieres?
—Fue mucho sexo y muy bueno, debo admitir —afirmó tomando otro sorbo de su cerveza.
Recordaba a la perfección la mirada que tenia el día que me di cuenta lo jodido que estaba, recordaba perfectamente lo vacía que se veía, igual que la de Win en ese momento, y lo supe, supe que seria una terrible tortura para mi estar con el otra vez, pero aún así, lo necesitaba, un poco, después de tanto tiempo, y tanto frío, el sería un poco de calor, por un rato al menos.
—Larguemonos de aquí —dije entonces.
—Excelente idea —respondió dejando la botella de cerveza en la barra.
Yo copie su acción, y luego lo seguí, caminó entre las personas, la oscuridad, el humo, pero no lo perdí, no podía perderlo de vista aunque quisiera, y cuando llegamos a la salida el se detuvo.
—¿Mismo auto? —cuestionó mirándome, asentí en respuesta y el volvió a sonreir—. Te siguió —afirmó mostrándome las llaves de su auto.
Sus mirada seguia vacía, su sonrisa igual, pero yo merecía aquella tortura, así que fui a mi auto y conduje a mi departamento, siguido por el.