Después de algunos días de trabajo arduo, por fin se terminó la construcción del refugio. Esto llenó de alegría a más de uno. era tanta la alegría que organizaron una gran fiesta, era algo difícil sin música, pero eso no evitó que muchos gritaran, cantaran y bailaran al ritmo de los aplausos. Nadie podía contener la felicidad, esa noche no sentirían frío, era un gran logro en las precarias condiciones actuales.
Entre todo lo que se tuvo que hacer para terminar el refugió, Lucrecia no había tenido tiempo de ir a ver a su hijo como los anteriores días desde el incidente, así que antes de que caiga la noche se dispuso a bajar a su casa.
Las pequeñas gotas de agua acompañaban sus bailes, haciendo que todos festejaran con más ánimo, luego de disfrutar el suave roce del agua fueron entrando uno a uno, aunque el techo solo estaba hecho de; palos largos, ramas y un plástico que encontraron en una de las casas, sabían que por lo menos esa noche dormirían secos.
Una vez que todos entraron cerraron la rústica puerta: que solo estaba hecha de palos y fundas de basura que reutilizaron.
Lucrecia había avanzado apenas una parte del camino, al ver el cielo negro, se dispuso a regresar, no quería que las niñas se mojaran. En ese instante se escuchó rugir el cielo, mientras las tres caminaban de regreso, los gritos de lamentos se volvieron a apoderar del ambiente como aquel domingo. Se nubló todo de golpe, el pánico invadió a Lucrecia, empujó puerta tras puerta hasta que encontró una abierta, esperaba poder resguardarse en ese patio, unos segundos después no pudieron ver nada, solo los gritos se escuchaban. Paso un poco más de dos minutos y el cielo se despejó, Lucrecia tardó en reaccionar. Emilia jalo la mano de su madre que seguía acurrucada en el piso. Ella estaba reviviendo en su cabeza el trágico domingo dónde perdió a su hijo. Solo el grito de Lucía la despertó del trance, agarró a cada niña de una mano y volví corriendo al refugio.
Las tres se asombraron con el profundo silencio. Lucrecia intentó abrir la puerta sin conseguir nada. Algo dentro de ella le decía que sería imposible, sin nada más que hacer tomó de nuevo a sus hijas y se alejó. Volvió a la casa donde se resguardaron, ya que está tenía algunas plantas frutales con frutas listas para consumir, ella sospechaba que alguien había descubierto esa casa y guardó el secreto para no compartir alimento. Esa noche durmieron al resguardo de un árbol de limón con enredaderas de granadilla y taxo. Lucrecia pensó que era mejor así, sin tantas personas ella podía alimentar a sus hijas, después de varios días ella pudo llenar su estómago.
Tuvo toda la noche para pensar que era lo mejor que podía hacer, repitió en su cabeza la conversación que tuvo con aquellas señoras, sabía que el viaje hacia el sur seria largo, peligroso, pero no imposible. Ella aún tenía la esperanza de volver a ver a alguien de su familia, así no pudiese llegar al sur, intentaría llegar al centro donde vivía su abuela y algunas tías.
Ese mismo día buscó alimentos en las casas que antes no había podido registrar, se las ingenió para trepar muros, romper cerraduras, hizo todo lo necesario para reunir comida, tuvo suerte en conseguir algo de fruta. al mismo tiempo recolecto botellas plásticas y las llenó con agua. Unas sábanas que encontró las amarró e hizo una especie de mochila dónde metió todo, cada una llevaba algo de comida y agua.
La última noche cerca de su casa, colocó la sábana en el piso, cobijó a las niñas con ropa y se acurrucó con ellas. El profundo silencio de la noche traía de vuelta recuerdos a la memoria de Lucrecia, esos pequeños detonantes que hacían que sus ojos se llenen de lágrimas. Les dio la espalda a sus hijas, se abrazó como si estuviera consolándose, apretó sus manos en su pecho, tal vez era el frio o quizás el dolor se había vuelto insoportable, poco a poco la sonrisa de su rostro se iba apagando. No tenía tiempo para reprocharse nada, una vez más limpio sus lágrimas, tras un suspiro largo cerró sus ojos y se dispuso a soñar con un futuro mejor.
El sol iluminó sus rostros, al sentir ese tenue calor se levantaron y recogieron sus cosas para empezar el largo viaje. Un último vistazo a su casa, solo para despedirse de su hijo con la promesa de que volvería por él, ya no tenían que más hacer ahí, a paso firme se alejaron.
Lucrecia tenía claro que no avanzaría mucho, lo que normalmente se haría un viaje de un día en bus, quizás se vuelva una semana si iban a paso de la pequeña Lucía. En la noche anterior pensó en que camino debería tomar; podía atravesar la ciudad o bajar a la carretera. Por la carretera llegaría más rápido, pero al ser carreta no había casas muy seguidas, el conseguir agua ahí sería difícil. Si atravesaban la cuidad se demorarían mucho más tiempo en llegar, también había la probabilidad de encontrarse con más personas que podrían ser buenas o malas, por rapidez Lucrecia decidió ir por carretera.
El sol de la mañana era fácil de tolerar, el sol del medio día era inaguantable, Lucrecia trataba de avanzar lo que más se podía cuando el calor era tolerable. Lucia y Emilia entre juegos corrían por la carretera abandonada llena de autos sin conductores. A su corta edad ninguna de las dos entendía nada de lo que pasaba, a medio día se sentaron en una vereda a comer un poco de fruta.
—Extraño la carne —dijo Lucía con dulzura, mientras partía un taxo en la mitad.
—¡Yo también! —indicó Emilia mientras chupaba un limón haciendo caras.
La escena llenaba de tristeza a Lucrecia, que sin dudarlo les dijo que cuando lleguen a su destino comerían de todo. Ambas niñas sonrieron emocionadas por la promesa de su madre. Luego del corto receso volvieron a caminar hasta que la tarde cayó, ahora debían buscar algún lugar cómodo para descansar en la noche.
Las niñas estaban muy cansadas, Lucrecia divisó un puesto de los tantos que hay en la carretera, animó a las niñas a correr hasta ahí, si tenían suerte podrían encontrar comida. Ilusionadas corrieron con sus últimas fuerzas, pero solo vieron unos costales y una que otro mango magullado y podrido. Lucrecia tendió los costales sobre las cajas vacías de los mangos, la cena serían los mangos en mejor estado.
—¡Ah!... cuanta falta hace un cuchillo —expresó Lucrecia al sacar las partes feas del mango con sus dedos.
—Seguro en el sur hay cuchillos mami —la dulzura e inocencia de Lucia al intentar darle consuelo a su madre hubiera hecho suspirar hasta el mas cruel hombre.
Una vez más al ver a las niñas en calma, Lucrecia gimoteo hasta quedarse dormida. Y como no estar afligida en su situación, casi sin comida, durmiendo a la intemperie. Esa madrugada fue una de las más duras, el frío era incontenible, ninguna de la tres pudo dormir. El viento en la carretera era tan fuerte que arrancaba la delgada sábana que las cubría. La incontable cantidad de ropa que llevaban encima no les servía de nada. No podían hacer más que resistir esa noche.
Cuando amaneció y por fin el viento dejó de golpear contra los árboles, el cansancio hizo que lograran cerrar los ojos, hasta que el sol se plantó en sus rostros, indicando que era hora de continuar. La mala noche dejo sin energías a las pequeñas, su paso se notaba cada vez más lento.
—¡Mamá! Ahí hay humo —señaló Emilia con el dedo.
Con el animó renovado Lucrecia alentó a sus hijas para llegar hasta ese unto. Había la probabilidad de encontrarse con más personas, que podrían tener comida, pero lo que más la motivó fue el fuego que indicaba el humo.
Algo temerosa Lucrecia se adentró con sus hijas al bosque, al llegar al punto del fuego, de manera cautelosa Lucrecia se fue acercando hasta percatarse de que no había nadie ahí. Las llamas casi estaban apagadas, se notaba claramente que alguien había estado ahí hace días, todo se veía muy bien acomodado. Lucrecia dispuesta a tener una anoche cálida empezó a alimentar el fuego, sus hijas y ella se colocaron muy cerca de la fogata, después de noches heladas al fin podían sentir algo de calor.
Alrededor de la fogata Lucrecia sacó la fruta y se las dio, una vez el sentimiento de culpa invadió su ser, las preguntas y las posibles respuestas la agobiaban haciendo que sus ojos se llenen de lágrimas que no podía derramar frente a sus hijas. Lucrecia siempre contenía las lágrimas, era frustrante no poder darles de comer a sus hijas, se sentía defraudada de ella mismo. Y aún más al pensar que su hijo no tendría nada de comer, ella lo imaginaba muerto, trataba de resignarse, pero siempre le fue imposible.
Las niñas lograron conciliar el sueño muy rápido. Su madre no se permitió dormir, le aterraba la idea de que algo les pasara, estaba segura que la persona que hizo la fogata volvería en cualquier momento.
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A la Intemperie
Short StoryNadie en todo el mundo se esperaba que la oscuridad los dejara sin sus seres queridos y menos limitados de recursos para poder sobrevivir.