Un recuerdo

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Sin comida y sin energía, lograron llegar al centro de la ciudad, en donde vivían la abuela y algunas tías de Lucrecia, en el camino vieron personas, la mayoría preferían no hablar, ni hacer amistad.

Al llegar a casa de una de sus tías, se percataron que la puerta estaba abierta, pero se veían las cosas adentro de la casa. Lucrecia y Noa entraron, empezaron a sacar todo lo que les pueda servir, como cobijas y algo de ropa. Noa por su parte fue a la cocina, sacó un poco de comida, también sacó ollas, platos y cucharas, mientras recogían todo, empezaron a escuchar los gritos. Noa le gritó a Lucrecia que saliera pronto de la casa, ambos corriendo, por la puerta la neblina negra empezó a entrar, lo extraño fue que una vez que ambos salieron la neblina desapareció.

—¿Viste eso? Si en la casa no hay personas, los demonios no entran —afirmó Noa.

—No puede asegurar eso ¿o sí? —preguntó Lucrecia.

—Hay que caminar al bosque de arriba, nos podemos quedar ahí por hoy y mañana seguimos, hoy podremos cocinar algo ¡mira! Encontré arroz y lenteja, sal, Lucrecia vamos a comer comida con sal —dijo emocionado Noa.

—Y vamos a dormir calientes, cobijas Noa ¡cobijas! —expresó emocionada Lucrecia.

—Siempre dormimos calientes —afirmó Noa sin poder entender la emoción de Lucrecia.

—No siempre, las niñas sí, pero usted y yo no —concluyó Lucrecia.

—Deberíamos entrar de nuevo y ver si podemos sacar algo más —agregó Noa.

—Es mejor irnos ya, creo que esto es suficiente como para vivir tranquilos un rato ¿no lo piensa así? —preguntó Lucrecia, Noa no respondió, pero en el fondo sabía que ella tenía razón, volver seria arriesgarse en vano.

Los cuatro se dirigieron al bosque, entre más avanzaban más fuerte se escuchaba el ruido, como si varias personas hablaran y se rieran, Noa sugirió alejarse de las personas que podrían estar ahí, tras lo sucedido antes Lucrecia accedió, empezaron a alejarse, al dar algunos pasos Lucrecia escucho una risa que llamo su atención —¡es mi abuela! —exclamó emocionada mientras corría jalando a las niñas al lugar donde se escuchaban las voces. Al llegar vio a muchas personas reunidas, entre ellas dos de sus tías y su abuela, Lucrecia se sintió tan feliz de verlas, que no dudo en abrazarlas y saludar, algunas lágrimas salieron de sus ojos, Noa llegó después de un rato, Lucrecia se los presento a todos.

Todos fueron muy amables, no dudaron en serviles algo de comida, mientras comían Lucrecia contó todo lo acontecido hasta ese día.

—Por eso nosotros preferimos quedarnos aquí, solo entre conocidos, hay muchos locos en este mundo —dijo la abuela de Lucrecia.

—Quiero ir donde mi mamá, quiero ver a mi hermana, saber si están bien —comentó Lucrecia.

—Son casi dos días caminando, pero ya estamos acostumbrados a eso —intervino Noa.

—Si consiguen gasolina pueden llevarse esa moto, la verdad es que nosotros no necesitamos irnos, nadie ha hecho el esfuerzo por ir muy lejos, aquí tenemos todo, desde animales hasta verduras, esto de los huertos orgánicos ayudaron mucho, ahora solo debemos seguir sembrando, una vida sencilla, sin lujos y sin necesidades —mencionó una de las tías de Lucrecia.

—Me gustaría, así llegaríamos más rápido, pero no podríamos llevar a las niñas —dijo Noa, quien saboreaba las papas que le sirvieron.

—Con la carretilla de la moto, así van a poder irse todos más cómodos —insistió la abuela.

—Hay que buscar gasolina entonces —indicó Noa.

Lucrecia y Noa caminaron en busca de gasolina, recordaron que pasaron por una estación que no quedaba tan lejos, se llevaron la moto y muchos galones donde poder llenar la gasolina, llegaron sin problema, cargaron lo más que pudieron, regresaron después de unas horas.

Las niñas jugaban emocionadas con los otros niños, habían comido muy bien ese día. Por esa noche se quedaron, a la mañana siguiente después del desayuno pudieron seguir su camino.

—Si encuentro a mi madre, la traeré para acá, estoy segura estará feliz de verlas —dijo Lucrecia mientras se despedía de todos en ese lugar.

Entre más al sur iban más campo se veía, muchos animales, muchas personas, los niños jugaban, los adultos trabajaban la tierra como si nada extraño hubiera pasado estas últimas semanas. En medio de la carretera vieron una señora con un niño, Noa se detuvo a lado de ella.

—Buenas tardes ¿adónde va? —preguntó Noa.

—Voy más al sur, mi familia vive allá, espero encontrarla —dijo aquella señora.

—Suba, nosotros también vamos para allá —agregó Lucrecia, la señora no dudo en hacerlo.

—Vimos a mucha gente un poco antes de encontrarla, porque no se quedó con ellos, se ve que todos son amables —preguntó Lucrecia.

—No son mi familia, hace meses fui al norte para poder trabajar en algo que no sea la tierra, llevo días, muchos días caminando, he estado refugiada en muchos lugares, hay personas buenas y algunas que no lo son, entre más me acercaba al sur me di cuenta que la única forma de sobrevivir es volver a cosechar, como cuando no había tanta tecnología, voy allá a buscar a mis padres, quiero volver al campo, quiero poder darle todo lo que necesita mi hijo —dijo esta joven señora mientras lo abrazaba.

Al cabo de una hora, la joven señora llegó a la casa de sus padres, los vio sentados, desgranando maíz, fue un emotivo reencuentro, Noa continúo conduciendo, después de media hora se detuvo.

—Hace demasiado sol —afirmó Noa.

—Toma algo de agua, te hace falta —dijo Lucrecia mientras acercaba una botella de agua.

—Es la primera vez que me tuteas —comentó Noa mientras sonreía.

—Lo siento, no fue intencional —expresó Lucrecia.

—No hay problema... me gustó que lo hicieras —afirmó Noa, mientras devolvía la botella con una sutil sonrisa.

Unas tortillas fueron su almuerzo, acompañadas de agua azucarada. Las niñas al terminar fueron a explorar el campo, Lucrecia las miraba desde lejos.

—Jamás habla del padre de sus hijos —dijo Noa un poco nervioso.

—Él... ya no es alguien importante —afirmó Lucrecia con una sonrisa, aunque su rostro demostraba tristeza.

Una infinidad de recuerdos la llevaron de vuelta al nacimiento de su última hija. Tras una corta vida con el que creía el amor de su vida decidió alejarse, aquel hombre había empezado a ser una pesada carga. Una tarde justo después que él saliera como de costumbre a beber algo, Lucrecia preparó todo, sabía que tenía el tiempo suficiente para recoger sus cosas e irse, su esposo siempre llegaba a la madrugada.

Su madre la llamó inconforme, aunque no dudo ni un segundo en darle posada cuando su hija llegó con sus nietos.

—Tiene vicios, pero te mantiene, no te pega, que es más de lo que puedo decir de tú padre —dijo su madre mientras servía una taza de café.

—Solo... no soy feliz con él —explicó Lucrecia —siento que me detiene, que no soy yo estando a su lado.

A la mañana siguiente, salió en busca de un trabajo, unas semanas después encontró un trabajo estable, pudo llevar a sus hijos a un lugar muy lejos de la prisión que creía era su esposo. Pasaron los meses y el nunca hizo nada para volver a ver a su esposa o hijos.

Tras el largo silencio de Lucrecia, Noa sintió que no debió preguntar.

—Usted es una mujer fuerte, ha sobrellevado esta situación con calma. Si le soy sincero, su compañía y la de sus hijas ha hecho que mi vida vuelva a tener sentido —dijo Noa después del incomodo silencio.

—Es mejor continuar, ya descansamos lo suficiente —indicó Lucrecia, con la diferencia que la sonrisa que tenía no se veía falsa.

A la IntemperieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora