Demonios

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—¡Sí! Demonios...

Yo estaba de visita en la parroquia del centro para familiarizarme ya que me iban a trasferir, llegué minutos antes de que iniciara la misa de las nueve, las aves dejaron el cielo y caminaron casi en los pies de las personas, eso me pareció raro. El cielo estaba despejado, era un lindo día de sol, cuando sonó la última campanada que indica que la misa va a empezar, la gente dentro de la iglesia gritó desesperada, el cura que iba a dar la misa salió justo a la entrada, se cortó las venas en frente de todos, ahí en la misma iglesia, todos gritaban como locos, nadie se atrevió a salir por donde estaba el cuerpo del cura, por un momento los gritos se calmaron, y luego volvieron con más fuerza.

Las personas salieron corriendo de la iglesia, algunos hasta pisaron el cadáver, a mí me empujaron hasta que caí, cuando me pude levantar, vi demonios saliendo de la iglesia, tenían los ojos rojos, dedos finos con uñas muy largas, pronto se hicieron unos con el aire y empezaron a entrar a las casas, a todo lo que tenía cuatro paredes y techos, invadían todo, la mayoría de personas que salieron de la iglesia fueron a sus autos y ahí se quedaron atrapados. Yo solo recé hasta que no vi más demonios, cuando los gritos se esfumaron y volví a ver el sol en cielo, fui a ver el cadáver del cura, pero ya no estaba en el piso, estaba colgado en la puerta y la puerta estaba abierta, pero no se podía ver nada adentro, estaba oscuro como si fuera de noche, casi nadie quedo en las calles, las pocas personas al igual que yo caminaron sin saber a donde ir.

Ese día me quedé en el centro sin saber que hacer, empecé a recorrer las todas las iglesias del cercanas y en todas había el mismo panorama, un cura colgado en la puerta. Cuando terminé de recorrer el centro me dirigí a la carretera para ir a la iglesia de donde soy párroco, esperaba encontrar a alguien ahí, voy caminando mucho y es feo ver las calles sin personas, solo hay animales y uno que otro puesto abandonado, de ahí es de donde saco comida, solo como lo suficiente, sé que hay más personas que también buscan comida —terminó de contar el padre.

—¿Demonios padre? ¿eso es posible? —preguntó Lucrecia, asombrada por el relato del cura.

—Es el apocalipsis hija, solo los buenos ascenderán al reino del señor, el resto se quedará en la tierra para pagar por sus pecados —mencionó el cura.

—¿Pero que pecado puede tener una niña tan pequeña? —dijo en manera de reclamo Noa, señalando con el dedo a Lucia.

—Los designios de Dios son extraños, pero él nunca se equivoca, salvo con el diluvio, pero pidió perdón por eso. Lo único que nos queda es intentar sobrevivir, ayudarnos entre todos, mientras sea posible.

—¿Usted ha caminado solo este tiempo? —preguntó Noa, quien había notado que sus maletas estaban movidas, se levantó del tronco donde estaba sentado, sus ojos veían en todas las direcciones posibles, se notaba inquieto.

—No, yo solo me adelante para poder comer algo antes —dijo el padre, luego dio dos silbidos largos y dos cortos, enseguida un gran grupo hombres se aproximó hacia donde estaban ellos. Lucrecia abrazó a sus hijas quienes no entendía nada.

—Pueden irse si quieren, o quedarse y acompañarnos —explicó el cura.

—Nos vamos —dijo Noa, en su cara se veía lo molesto que estaba. Al intentar recoger sus cosas los hombres se lo impidieron.

—¡Las cosas se quedan! —exclamó uno de ellos con una enorme sonrisa.

—Esa es su idea de ayudarnos entre todos, robándonos nuestras cosas —reclamó Lucrecia enfadada.

—Los dejamos con vida, es más de lo que hemos hecho con otros —dijo otro señor.

—Solo la ropa de las niñas, por lo menos solo una mudada, solo para ellas —dijo entre lágrimas Lucrecia.

—Está bien mujer, puedes llevarte esa maleta, pero nada más. Ahora váyanse antes de que nos arrepintamos —dijo otro hombre.

Lucrecia tomó la maleta y a las niñas, empezó a caminar con pasos largos y prácticamente jalando a las niñas, ni siquiera se atrevió a mirar atrás. Noa no dudo en seguir a Lucrecia, solo cuando salieron por completo del bosque se detuvieron.

—¿Está bien? —preguntó Noa, quien también estaba algo nervioso.

—Perdió todo ahí ¡esos infelices! ¡ese padre! —dijo Lucrecia indignada, la rabia con la que salían palabras de su boca, dejaba claro lo enfadada que estaba.

—Era eso o pelear con ellos y eran muchos, no hubiera ganado —explicó resignado Noa.

—Pudo pedir una maleta... —insistió Lucrecia.

—Por ahora lo importante es alejarnos del bosque —Noa no paraba de mirar a todos lados, intentando detectar si alguien los venia siguiendo.

—Usted no tenía como destino el sur ¿Por qué...? —intentó preguntar Lucrecia.

—No creo que sea seguro que usted viaje sola con las niñas, voy a acompañarlas, cuando estén seguras, podré volver a retomar mi rumbo .

El medio día arremetió con todo sobre ellos, a pesar de haber comido, el hambre estaba empezando a volver. Noa era muy hábil para cazar, algunos pájaros serian el almuerzo de esa tarde, a la vista aquella carne no era tan agradable, además que no tenía ningún tipo de condimento, pero ayudaba mucho para no morirse de hambre. A Noa se le hizo muy fácil prender una fogata. Lucrecia, aun distante estaba muy agradecida por la ayuda que este hombre le estaba brindando.

Ya se habían alejado mucho del lugar donde Noa hizo en un principio su campamento. Al terminar de comer, continuaron con la caminata, ya iban tres noches en la carretera, esta vez no se introdujeron el bosque prefieren buscar leña y hacer una pequeña fogata lo más cerca de la carretera. La noche volvió a caer, tan fría y despeada con lo viajeros como los días anteriores.

Sin fruta que comer, Noa volvió a matar algunos pájaros.

—Usted es muy hábil, yo no hubiera podido atrapar ni un gusano —dijo Lucrecia.

—Siempre me a gustado acampar, es algo que hago desde niño, por desgracia mis hijos no tenían el mismo gusto que yo —explicó resignado Noa.

Las conversaciones entre ambos eran muy frías y terminaban pronto, Lucrecia podía notar que cada cosa que ella decía llevaba a Noa a recordar a sus hijos.

Esa noche Lucrecia no soporto más el cansancio, cayendo rendida a un lado de sus hijas. Noa las miraba "ellas tan indefensas" aunque nadie lo escucho, se prometió mantenerlas a salvo.

El cuarto día de caminata, con un sol intenso, la carretera se veía inmensa, las niñas ya estaban hartas de caminar, para este día el cansancio de todos se notaba.

—No nos queda mucha agua —mencionó Lucrecia mientras se tocaba la frente, la luz del sol pegaba directamente en sus cabezas.

—Tranquila, estoy seguro que más adelante hay un rio, aunque tenemos que bajar mucho —agregó Noa.

—¿Vamos a acampar ahí? —preguntó Lucrecia, que se veía muy cansada. Se daba ánimos a ella y a las niñas, diciendo que pronto llegarían y podrían jugar en el agua.

—Es posible, pero vamos a llegar tarde, estoy casi seguro que hay plantas que podemos comer, cerca de los ríos siempre hay comida —aseguró Noa algo entusiasta.

A la IntemperieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora