Maeve se aferró a la daga con fuerza. Sabía que estaba perdida. El golpe que le había propinado su adversaria en la cabeza con la empuñadura de su espada la había aturdido y todo le daba vueltas. Respiró hondo y analizó sus posibilidades. Solo le quedaba la daga y tenía el cuerpo tan magullado que cualquier movimiento le suponía un suplicio.
Su oponente la observaba con una sonrisa triunfante dibujada en el rostro. Maeve tuvo que reprimir su frustración, odiaba perder contra Sinead. Sabía que tendría que aguantar sus burlas y las de sus tres lameculos como mínimo una semana. El resto de la clase las observaba. Maeve había visto cómo unos pocos apostaban cuántos minutos aguantaría en el círculo y la apuesta más optimista había sido cinco. Solo llevaban dos y sabía que ya había perdido.
Aún así tenía que intentarlo. Rendirse no era una opción. Se lanzó sobre Sinead e hizo ademán de cortarla con la daga a la altura del estómago. Pero no fue lo suficientemente rápida. Sinead se apartó para colocarse ágilmente detrás de Maeve y propinarle una fuerte patada en la parte de atrás de la rodilla derecha que la hizo caer. La golpeó en mitad de la espalda y la derribó bocabajo contra el barro. Maeve pudo notar el metal frío de la punta de la espada de Sinead contra la nuca impidiendo que se levantara. Alzó un poco la vista y alcanzó a ver a Aisha, su mejor amiga, darle un codazo al chico que tenía al lado que empezaba a reírse.
- Me debes cinco krets - Maeve oyó decir al chico a su amigo.
Eso la enfureció. Empezó a notar ese cosquilleo en las yemas de los dedos y su nuca. Apartó la mirada. Debía calmarse.
Justo a tiempo la profesora Knox intervino.
- Bien, Sinead. Maeve, ¿cuántas veces te he dicho que tienes que trabajar el juego de pies?
- Lo siento, profesora Knox. - Maeve no quería que nadie supiera que se había estado levantando temprano todas las mañanas durante los últimos meses para practicar y que no le había servido de nada. Prefería que pensaran que era una vaga a una fracasada.
Sinead le ofreció la mano para ayudarla a levantarse. Maeve la aceptó a regañadientes solamente porque la profesora las observaba. Una vez en pie, Sinead le susurró al oído:
- Vete a casa Maeve. Si te gradúas y te mandan a la batalla estarás muerta en menos de un minuto.
Maeve se separó con brusquedad. El énfasis que había puesto Sinead en el "si te gradúas'' no le había pasado desapercibido. No graduarse era la mayor deshonra que alguien podía experimentar. Si no te graduabas de la Academia y no cumplías con tu deber de proteger Shangral y a su gente, eras excluido de la sociedad y marcado como bannir. Maeve no se molestó en contestarle y dio un paso hacia Aisha para ocupar su sitio en el círculo de combate. Pero Sinead tampoco iba a dejarla marchar en paz, por supuesto. Le hizo la zancadilla y Maeve volvió a comerse el suelo. Esta vez sus compañeros no se esforzaron en ocultar sus carcajadas. Humillada y conteniendo lágrimas de impotencia volvió a su sitio y sintió que Aisha le apretaba la mano para mostrarle su apoyo.
"Vete a casa", había dicho Sinead. Pero Maeve no tenía casa. El Gobierno del Comandante había reclamado a Maeve, la primogénita de su familia, para llevarla a la Academia y entrenarla para que se uniera al ejército de los Intachables que protegía Shangral, su tierra, tal y como marcaba la ley. No les había vuelto a ver desde entonces. Cuando cumplió once años le comunicaron que todos habían muerto en casa durante un incendio. Le concedieron un permiso especial a Maeve para que pudiera asistir a la ceremonia de despedida de su familia en su aldea natal. Pudo enterrar a sus padres, pero los cuerpos de sus hermanos Set y Trent se habían calcinado por completo y no pudieron recuperarse. Así que Maeve no tenía casa a la que volver, lo más parecido a un hogar era la Academia en la que ya llevaba diez años.
ESTÁS LEYENDO
Intachable
FantasyMaeve, como todos los primogénitos, fue reclutada los siete años para ser formada en la Academia y unirse al ejército de los Intachables que protege su reino, Shangral, y su recién adquirida libertad. Pero su vida ha estado siempre amenazada por un...