Maeve no respondió y cuando Raiden volvió con los caballos cargados de provisiones, montó a Vredor y siguió a Raiden de nuevo fuera de los caminos sin una palabra. Le costó varias horas dejar de llorar y Raiden no intentó consolarla en ninguna ocasión. Aunque Maeve estaba acostumbrada a tener pocos amigos y a ser maltratada por Sinead, el silencio y la sequedad de Raiden la molestaban. Más de una vez se había sorprendido a sí misma pensando en cogerle de los hombros y zarandearle para ver si mostraba alguna emoción o si simplemente estaba muerto por dentro.
Cabalgaron el resto del día y Maeve tuvo mucho tiempo para pensar. Su vida había cambiado drásticamente en muy poco tiempo y, aunque parte de ella desearía seguir viviendo engañada, yendo a clase, compartiendo tiempo con Finn y Aisha y graduándose, sabía que no podía quedarse de brazos cruzados. Ella poseía magia, su reino moría por su falta. El destino había puesto a Raiden en su camino y ella debía dejar de esconderse, debía dejar de reprimir su magia, su instinto, y debía hacer lo que la habían educado para hacer: proteger su reino. En ese momento, cabalgando con Raiden frente a ella de camino a las Montañas Grises se prometió a sí misma que daría incluso la vida por salvar Shangral y a todos sus habitantes, pues ya no podía mirar hacia otro lado.
Cuando pararon de nuevo para pasar la noche, esta vez en un prado mucho más seco que el de la noche anterior, Maeve le dijo a Raiden que quería aprender a controlar y utilizar su magia y seguir practicando el combate cuerpo a cuerpo. Raiden había decidido que lo mejor era empezar con un pequeño combate y le había pedido a Maeve que intentara derribarle. Maeve, con su clásica torpeza había fracasado en todos los intentos.
– ¿Siempre se te ha dado tan mal? – le preguntó Raiden mientras le ayudaba a levantarse del suelo una vez más.
Maeve frunció el ceño pero respondió:
– Nunca he sido la mejor.
Esta vez Raiden no volvió a ponerse en posición de lucha, en lugar de eso, apoyó sus manos en la cintura y continuó:
– ¿En qué piensas cuando estás peleando?– dijo mientras apartaba de su frente un mechón dorado.
A Maeve le pareció una pregunta un tanto estúpida pues creía que la respuesta era evidente.
– Pues pienso en dónde atacarte para hacerte caer, por supuesto.
Raiden puso los ojos en blanco.
– ¿En qué más?
– En que mi magia no se descontrole y destruya todo mi alrededor – respondió mientras cogía aire por la boca y suspiraba por el cansancio.
– Ese es tu problema. La magia forma parte de ti Maeve, no puedes suprimirla. Si lo haces es cómo si te cortaras una pierna o un brazo, no estás completa y eso te desestabiliza.
– Entonces, ¿qué propones que haga?, ¿Que la deje libre?
Maeve no sabía hasta dónde llegaba su magia y, aunque quería llegar a controlarla, le daba miedo utilizarla.
– Que dejes de temerla. – respondió Raiden adivinando de nuevo sus pensamientos – Deja que fluya por tu cuerpo, deja que te de confianza, fuerza y precisión. Dejar que nuestra magia despierte no significa que deba manifestarse.
Maeve respiró hondo y cerró los ojos. Notó cómo Raiden se colocaba detrás de ella y apoyaba sus manos en sus hombros. El contacto le produjo un escalofrío a Maeve.
– Ahora intenta relajarte, puedo notar la tensión en tu cuerpo incluso antes de tocarte. – dijo Raiden mientras le masajeaba los hombros ligeramente.
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Intachable
FantasyMaeve, como todos los primogénitos, fue reclutada los siete años para ser formada en la Academia y unirse al ejército de los Intachables que protege su reino, Shangral, y su recién adquirida libertad. Pero su vida ha estado siempre amenazada por un...