Levantaron el campamento antes de que saliera el sol y continuaron su camino. Raiden siguió prefiriendo evitar las rutas principales así que no se cruzaron con nadie en toda la mañana. La última vez que Maeve había salido de la Academia tenía once años y por aquel entonces había estado tan devastada por la noticia de la muerte de toda su familia que el camino hasta Frel, su aldea, se lo había pasado dentro del carruaje llorando sin prestar atención al exterior. Pero esta vez prestaba atención a todos los detalles. Observó cómo a medida que se alejaban de la Academia, los prados eran cada vez más secos, los ríos tenían menos agua y corriente y los árboles parecían suplicar por unas gotas de agua.
Raiden paró de golpe y Maeve detuvo a Vredor a su lado. Desde donde estaban podían ver una una pequeña aldea a lo lejos rodeada de campos abandonados.
– Vamos a tener que bajar a por provisiones. – declaró Raiden.
Si no fuera por el humo que salía de algunas chimeneas, Maeve habría asegurado que esa aldea estaba desierta.
– No parece gran cosa.
– ¿Cuánto hace que no sales de la Academia? – preguntó Raiden mientras se giraba para mirarla.
– Demasiado. – respondió Maeve todavía mirando la aldea.
– Cada vez va a peor. Las lluvias son cada vez más escasas, los bosques mueren y las cosechas no crecen.
Ese no era el reino que Maeve había dejado al unirse a la Academia. Recordaba los prados verdes que rodeaban su casa, las flores de su madre, el arroyo en el que jugaba con sus hermanos y el resto de los niños de su aldea. Recordaba la comida abundante en la mesa y el olor del pan recién hecho por las mañanas. Desde luego un recuerdo que nada tenía que ver con lo que tenía delante.
– ¿Vamos a robar a los pobres? – Maeve empezaba a sentirse culpable.
– ¿Quién ha dicho nada de robar?
Raiden metió la mano en el bolsillo y sacó una bolsa llena de krets.
Maeve sonrió ante la idea de comer comida casera pues lo último que había ingerido había sido ese pescado crudo gelatinoso. Cabalgaron hasta la aldea e iniciaron la búsqueda de la posada. Maeve observó que apenas había gente en las calles. Había un grupo de niños jugando y le horrorizó su extrema delgadez, tenían los pómulos muy marcados y las mejillas y los ojos hundidos.
No tardaron mucho en encontrar la posada "La casa del viajero." No parecía gran cosa, como el resto del pueblo. El cartel de metal con el nombre que colgaba de la fachada estaba oxidado y la madera de la puerta tenía claros signos de humedad. Desmontaron y ataron a los caballos en la entrada de la posada. No había más caballos fuera, debían de ser los únicos visitantes. Dentro, había un comedor con varias mesas completamente vacías y no parecía haber nadie en la casa. Raiden se acercó a la campana de al lado de la puerta y la hizo sonar. Tras unos pocos segundos un hombre muy mayor atravesó la puerta que se encontraba al otro lado del comedor. Tenía el pelo y la barba grises y despeinados, la ropa se veía vieja y gastada, era tan delgado como los niños que habían visto en la calle y estaba ligeramente encorvado.
– ¡Oh, bienvenidos! Hacía ya varios días que no venía nadie. – avanzó hasta colocarse a un metro de Maeve y Raiden – ¿qué desean?
– De momento nos gustaría desayunar. – respondió Raiden sin un ápice de emoción en su voz.
– ¡Maravilloso! Aunque siento decirles que hoy sólamente tenemos pan y un poco de queso.
– Eso será suficiente. – Respondió Raiden.
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Intachable
FantasiMaeve, como todos los primogénitos, fue reclutada los siete años para ser formada en la Academia y unirse al ejército de los Intachables que protege su reino, Shangral, y su recién adquirida libertad. Pero su vida ha estado siempre amenazada por un...