Salimos de la piscina todo empapados. Estaba furiosa.
-¡Perfecto! Si no me mata una bala, me ahogo en la piscina del hotel donde se supone que vine a pasar unas vacaciones- Mi tono iba del murmullo al reclamo mientras levantaba la voz, recriminándole al chico que ahora lucía... tan sexy, así todo empapado. -Esa maldita maleta- dije entre dientes. La miré rogando que sufriera combustión instantánea.
El chico sonrió. Al parecer le hacía gracia mi reacción. Lo fulminé con la mirada. Pero mi corazón se paró en seco cuando observé como aquella camisa blanca de botones se ceñía perfectamente a su cuerpo, dejando relucir un abdomen debidamente tonificado.
Mi mirada no pasó desapercibida ante el chico, pero me ignoró y tomó mi mano halándome para que lo siguiera. Me llevaba de una mano y a la maleta de la otra. "Me preunto, en un momento crucial, me salvaría a mi o la estúpida maleta". Conocías la respuesta y resoplaste por lo bajo.
Llegamos hasta un auto negro. El chico lanzó la maleta en el maletero, sacó una toalla y me la lanzó. "Debe estar acosntumbrado a estas cosas. Ya viene preparado" pensé. El se quitó su camisa, dejándome totalmente sin aire, para colocarse otra que sacó de aquel mismo maletero.
-¡Móntate!- ordenó.
