Café amargo

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Ranma ½ no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios

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Café amargo

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Sirvió dos tazas de café. Había preparado con antelación los pocillos sobre el fregadero, cada uno con un platillo y una cucharilla; una de las tazas tenía dos terrones de azúcar, la otra ninguno. Tomó una en cada mano, llevando los platillos entre las puntas de los dedos índice y pulgar, caminando lentamente para no derramar ni una gota, hasta dejarlas sobre la mesa del desayuno, entre el pan tostado, la miel y la mantequilla.

Se sentó con lentitud a la mesa. Frente a ella ya estaba sentado su marido, vestido con traje y corbata, leyendo el periódico como cada mañana. En cuanto ella se sentara, sin duda lo bajaría para tomar un sorbo de café, tal y como había hecho por más de diez años, el tiempo que llevaban casados. El tiempo que ella le había entregado.

Cuando él bajó el periódico para darle un sorbo a la taza, Nabiki Kuno sonrió. Revolvió su propia taza con parsimonia, dejando que la cucharilla golpeara contra la loza y agitara el líquido oscuro del interior.

Tatewaki volvió a alzar la taza. Después de tomar hizo una mueca.

—Hoy el café está muy amargo —comentó.

Nabiki bebió de su propia taza sin hablar. Tomó una tostada, que untó con exagerada mantequilla y a la que agregó unas gotas de miel. Dio un mordisco con placer, masticó y tragó. Tatewaki casi había terminado el café cuando ella dijo por fin:

—Debe ser por el veneno.

La cucharilla sonó de nuevo golpeando la taza. Las hojas del periódico crujieron cuando Tatewaki cambió de página.

—¿Qué dijiste, querida? —murmuró él, distraído.

Nabiki se preparó otra tostada antes de repetir:

—Debe ser por el veneno.

—¿Veneno?

Él bajó del todo el periódico y la miró alzando una ceja, exigiendo una explicación. Nabiki siguió desayunando, derramando una delgada línea de miel sobre un pan delicadamente tostado.

—Sí, eso dije —replicó después—. Tu taza tenía veneno. Uno indetectable, por cierto, que me costó mucho conseguir.

Tatewaki casi resopló, aburrido. Dejó el periódico a un lado y se limpió la boca con una servilleta. Iba a levantarse para salir, pero un dolor agudo le atravesó el vientre dejándolo sin aire. Se desplomó de nuevo sobre su silla, haciendo saltar la vajilla al golpear la mesa con las manos.

—¿Qué estás... diciendo, Nabiki?

Ella terminó su propia taza y lamió los restos de azúcar de la cuchara.

—Hoy vas a morir, Tatewaki.

Él comprendió que su esposa no mentía. Una fuerte puntada se le instaló en el costado izquierdo del cuerpo. Se soltó la corbata a manotazos, porque le costaba respirar.

—Mi-Minako... —susurró.

Nabiki meneó la cabeza lentamente.

—¿Tu nueva amante? No, no es por esa tonta que estoy haciendo esto, ni siquiera por las cinco anteriores... ¿Oh? ¿Realmente pensabas que podrías ocultar de mí algo como eso?

Tatewaki boqueó por aire, con el rostro rojo como la grana. Nabiki tomó su celular para ver la hora.

—Hace efecto más rápido de lo que preví. No creo que te quede mucho tiempo.

—Na-Nabiki... estás... loca...

Ella comió otro poco de miel, usando la cucharilla directamente en el frasco.

—Estoy perfectamente cuerda —aseveró—. Hace diez años, cuando nos casamos, usé tu dinero para crear una compañía, la misma compañía que hoy cotiza en la bolsa y tiene millones de yenes de rentabilidad, ¿cierto? Yo fui el cerebro detrás de la empresa y he trabajado muy duramente todo este tiempo para que pudiera llegar a ser lo que es.

Observó a Kuno para ver su respuesta, pero él tenía la vista clavada en la mesa.

—A-A...Agua... —tartamudeó.

Ella puso los ojos en blanco.

—Hace dos semanas asististe a una reunión a mis espaldas, Kuno —continuó—, una reunión en la que pasaste mis acciones a tu nombre, y en la que se decidió sacarme del directorio de la empresa.

Tatewaki no habló, apenas movió los labios, con los ojos agrandados de pavor y el cuerpo convulsionado por dolores terribles. Intentó ponerse de pie, pero las piernas no lo sostuvieron. Cayó, arrastrando consigo el mantel, desparramando la taza y el platillo por el suelo.

—Hace solo cuatro semanas iniciaste un proceso de divorcio —siguió diciendo Nabiki—, del que, por supuesto, no pensabas informarme todavía. Ibas a quedarte con toda la fortuna... ¡de la empresa que yo creé! Ibas a dejarme en la calle, después de aguantar tus infidelidades, ¡después de aguantarte a ti!

Nabiki apretó los dientes intentando dominarse. En el suelo, Tatewaki Kuno luchaba en vano por ponerse de pie, de sus ojos brotaban lágrimas y de su boca salían blancuzcos espumarajos de baba.

—Ayu...Ayud...

Nabiki marcó con lentitud el número 119, el de emergencias, aunque para Tatewaki Kuno ya era tarde. Su cuerpo se sacudió por última vez, desmadejándose sobre el piso de la sala. Lo último que vio antes de morir fue a su esposa de pie a su lado, imitando una voz preocupada por teléfono.

La sonrisa de sus labios era roja y sus ojos completamente negros.

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FIN

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Nota de autora: Noham me dio la palabra «oscuridad», creo que con la idea de que escribiera una especie de lemon, pero al final escribí algo completamente distinto XD. Culpen a mi imaginación y a haber leído demasiadas historias de Agatha Christie.

Muchas gracias a todos los que dejaron un comentario: Gatopicaro, Arianne, Diluanma (necesito enmarcar esa frase XD), Vero, Rowen, Juany, Psicggg, Lelek, Ishy, Bealtr y Noham.

Nos leemos.

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