Conspiración

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Ranma ½ no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios

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Conspiración

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Akane Tendo subió la amplia escalinata del palacio envuelta en la capa y avanzó por el pasillo con los demás invitados que asistían a la fiesta, por la firma del tratado de paz entre Nerima y Shu. Entre los invitados había nobles y políticos y aunque Akane no era ni lo uno ni lo otro, había logrado hacerse con la invitación que le permitía participar de tan importante reunión. Usaba un vestido sencillo y elegante, de tono azul, y el largo cabello recogido sobre la nuca. No había nada llamativo en su persona, excepto la daga que tenía en la cintura, con la filada punta bañada en veneno.

Akane se apartó por un pasillo lateral y buscó entre los invitados a su víctima. La frente se le perlaba de sudor y las manos se le enfriaban por el miedo. No era una asesina, pero eso no importaba, porque la vida de sus hermanas dependía de ella y de llevar a cabo el plan. Recorrió la sala con la mirada y el corazón se le aceleró cuando divisó a su objetivo. El senador Ranma Saotome, el más joven en el comité que había hecho posible el cese de los conflictos entre Nerima y Shu. Para muchos era un muchacho desenfadado y algo tonto, que solo había tenido suerte; para otros, se trataba del político más brillante y con más futuro de su generación.

Para Akane no significaba nada, solo la libertad de sus hermanas. Era mejor que actuara rápido.

Avanzó entre los grupos que reían y brindaban, y llegó a la pista de baile. El senador estaba del otro lado, junto a otros miembros del parlamento, charlando y riendo. Ese día llevaba el largo cabello trenzado y vestía con los colores patriotas, rojo y negro. Sus ojos azules brillaban mientras barría el salón con la mirada.

Cuando Akane iba a avanzar, una tosecita la interrumpió. Estuvo a punto de morirse del susto, pero solo era un sirviente.

—¿Desea entregarme la capa, señorita? —preguntó con una reverencia.

Akane no quería, porque se sentía desprotegida sin la ropa que le ocultaba el cuchillo, pero sabía que llamaría demasiado la atención si no lo hacía. Con discreción guardó la daga enfundada en el amplio bolsillo del largo vestido y entregó la capa. Siguió andando, escabulléndose entre las figuras que danzaban. Un ataque directo era mucho más peligroso, pero no sabía cuándo tendría otra oportunidad. Estaba en boca de todos la noticia de que el senador Saotome viajaría pronto a la capital a iniciar nuevas negociaciones, asistir a las reuniones del parlamento, y era probable que no volviera nunca a Nerima.

La muchacha se detuvo cerca de Saotome. Aferró la daga con una mano y la sacó despacio del bolsillo. Las risas, las conversaciones y la música de los violines pareció elevar su volumen y zumbar en sus oídos. Las manos le temblaban y el corazón le golpeaba dolorosamente contra las costillas, pero consiguió disimular sus movimientos para extraer lentamente y guardar la daga en la manga acampanada del vestido.

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