Coincidencia

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Ranma ½ no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios

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Coincidencia

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Akane entró en su departamento, cerró con llave y se recostó en la puerta.

Apretó contra su pecho la carpeta con los papeles del divorcio. Estaban firmados, todo había terminado por fin.

Se deslizó por la puerta, hasta quedar sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la madera y las piernas dobladas cerca de su cuerpo. Apretó los labios con fuerza y miró alrededor. A las cajas de la mudanza a medio abrir; las ventanas de la sala donde todavía no había puesto las cortinas; la caja sobre la que se servía las comidas, sentada en el suelo, porque aún no compraba una mesa, ni tampoco sillones. Miró aquello, una media vida, una vida derrumbada, un auténtico desastre.

Entonces arrojó lejos la carpeta con los papeles y se cubrió el rostro con las manos. No había querido derrumbarse enfrente de su abogada, pero ahora, sola en su departamento a medio arreglar y amueblar, le pareció el sitio perfecto para llorar. Y lloró, con fuerza, no sabía si de tristeza, de furia, de alivio, de cansancio o de qué; pero lloró.

Su hermana Kasumi siempre decía que llorar era bueno, que reprimir las emociones hacía que una se enfermara. Aunque era irónico que lo dijera ella, que siempre sonreía y parecía nunca tener un problema. Kasumi era perfecta. Se había enamorado cuando estaba todavía en el instituto, y se había casado en cuanto cumplió los dieciocho. Era feliz, porque siempre había querido tener una familia propia, y ahora era la reina de su hogar, con un marido que la adoraba y dos hijos preciosos. Kasumi no tenía motivos para llorar.

Akane, en cambio, era un desastre. Y ahora estaba llorando en su departamento semivacío, con los papeles de su divorcio junto a los pies.

Siempre creyó que tenía que casarse con un artista marcial. Su familia tenía un dojo, y desde que tenía uso de razón amaba las artes marciales, y deseaba tener una relación tan bella y perfecta como la de sus padres. Por eso, cuando conoció a Shinnosuke creyó que era el indicado, el hombre con el que pasaría el resto de su vida. Y se enamoró perdidamente, o quizás, se esforzó en enamorarse, porque él era apuesto, amable y educado —decía incluso que le gustaba la comida de Akane, aunque ella misma sabía que era un asco—, y además era un artista marcial.

Ahora comprendía que se enamoró solamente de una idea. Sus defectos, que le parecieron tiernos cuando recién se conocieron, por ejemplo, su poca memoria, empezaron a convertirse en un suplicio cuando se casaron. Él se olvidaba de todas las fechas importantes y hacía otros planes. Y, aunque al final los cancelaba para poder estar juntos, Akane terminaba sintiéndose como una estúpida y una mala persona, como si lo hubiera obligado a cancelarlos. Y, como aquellos detalles, había cientos, que en el correr de los años fueron acrecentándose, convirtiéndose en algo tan enorme, que la convivencia resultó insostenible.

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