CAPITULO 46

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A Naxos le tomo varios días tomar el valor para dirigirse a la casa de Dalia. La asecho como un demente. Y no se arrepentía. Cada día que la veía aprendía algo nuevo de ella. No estaba comprometida. Lo cual les agradeció a los dioses. ¿Tal vez podría librarse de Hades? Tener una vida normal. Lo tendría que averiguar. Asi que tomo un gran respiro, cogió unas flores cerca al camino y se dirigió a la posada donde se estaba quedando. El tabernero se quedó viéndolo y Naxos los ignoro siguiendo su camino. Dejo las flores en la cama, podría tener un gesto amigable con Dalia, solo esperaba que no ofendiera a su padre. Tomo la ropa nueva que había conseguido, se cambió y salió de allí rápido. Siguió las instrucciones que le había dado Dalia en un inicio y logro llegar a su casa, era bastante pequeña. Pero se juró que esa chica iba a tener una mejor vida. Él podría proporcionársela.

En cuanto iba a golpear, una mano detuvo su movimiento, no tendría que ser un genio para saber que era Hades tras él.

—¿Qué estás haciendo Naxos? –le pregunto Hades.

—Hades...

—Estas...

—¿Qué quieres?

—Estas olvidando que me sirves a mi Naxos.

—Te servía Hades. Ya cumplí, dijiste cien años, te serví por mucho más... date por satisfecho ya no te sirvo a ti —el gesto de Hades se endureció.

—Eres una sanguijuela Naxos.

—Tú mismo lo dijiste Hades, sin ningún truco. Ya cumplí.

—Cambias todo por una mujer.

— Vas a repetir de nuevo el patrón.

—Tengo el derecho a vivir lejos de todos ustedes.

—No lo vas a lograr muchacho.

—Quiero vivir, quiero llevar una vida como debe ser.

—Ya no serás un humano si es lo que pretendes. Eres inmortal. Eres uno de nosotros.

—No me importa.

—Es un sacrificio muy grande Naxos.

—¡Termina de una vez con todas Hades!

—Bien... si eso es lo que quieres, suerte con eso Naxos de Alba Longa –Con ello Naxos supo que Hades en verdad no sería una carga más para él. Tenía que respetar el trato que en un principio forjo para su venganza. En cuanto su mano se movió hacia la puerta nuevamente esta se abrió revelando a Dalia.

—Naxos ¿Qué haces aquí?

—Dalia –la sonrisa que le revelo hizo la diferencia, allí supo que de verdad tendría una vida a la que podría apreciar, al lado de una mujer como Dalia.

Tendría la vida que siempre soñó.

Y así fue.

Aunque no le fue fácil. Argos era muy pequeña y se rumoreaba sobre el romano que pretendió a la chica del mercado. El padre de Dalia no estaba precisamente feliz, armo bastante revuelo. Pero Naxos no se iba a rendir, en cuanto hablo con Naxos, se tranquilizó. No quería perder el tiempo. Y no iba a permitir que las personas allí rumorearan respecto a ella. asi que Naxos pidió su mano en matrimonio.

Dalia se veía feliz, era una chica como ninguna. Pura física y emocionalmente. Naxos nunca había estado con una virgen y ella le demostró con su empatía la relación que había soñado con Fadilia un día.

La celebración fue grande. Muchos de los semi—Dioses asistieron a su boda. Se mezclaron con los mortales. Naxos sentía la felicidad recorriendo su cuerpo. Dalia era la persona con la que alguna vez su mente y corazón anhelaron. Tenia todo lo que había soñado. Era realmente feliz.

Naxos se unió a su suegro y empezaron a trabajar juntos en el mercado. Trabajaba al máximo para darle a Dalia la vida que merecía. Dia y noche. Y aun asi la suerte no quería estar de su lado, el tiempo pasaba y Dalia no quedaba en cinta. La gente empezaba a murmurar, por lo que ella no podía vivir en paz. Sus rezos aumentaban en el templo de Afrodita, pero era como si la diosa la hubiera abandonado. Las peleas aumentaban pues Naxos no le rendía pleitesía a ninguno de los dioses y Dalia lo culpaba por que los dioses estaban castigándolos por él.

Naxos trataba de llevar lo mejor posible su relación, y día tras día ella se alejaba más de él. Su matrimonio no mejoraba. Ya ni siquiera Dalia le permitía que la tocara. Tenía que respetar los designios de la diosa para que la escuchara y quedar embarazada. Y ahora todo empeoro cuando el padre de Dalia meses después enfermo sin razón alguna y falleció. Lo enterraron junto a su madre. Tener a sus dos seres queridos bajo tierra fue la destrucción de su esposa. Y como había temido Naxos una parte de Dalia murió con ellos. Ya simplemente no quería vivir. Ambas estaban en un libo del que no querían salir. Naxos le pedía al universo que sea lo que tenía predestinado lo ayudara. No podía seguir asi. No podía ver sufrir más a Dalia por culpa suya. La mejor solución que encontró fue irse de allí, tomo todas sus pertenencias y se las llevo. Tenían que comenzar una nueva vida, por lo que decidió tomar el próximo barco hacia Neápolis. Volver a su hogar, allí podría mostrarle todo lo que había sido una vez. Su vida pasada.

Pero una vez más aquello no era suficiente, por alguna razón el espíritu de Dalia se iba consumiendo poco a poco sin ninguna razón. Naxos logro encontrar una villa pequeña pero hermosa en la que sabía que podrían ser felices. Dalia no estaba aún muy convencida, su corazón lloraba amargamente por la pérdida de sus padres. Y sus sueños iban muriendo día a día al descubrir que su cuerpo no era capaz de engendrar. Naxos no le tomaba importancia. Pero para ella era importante. Sus ruegos y oraciones eran para Afrodita. Le rogaba por clemencia para poder darle a Naxos un hijo. Tenía que hacer algo. Se lo debía a su esposo. Asi que una mañana que Naxos fue a cazar. Dalia se adentró en el bosque hizo un altar con ofrendas para la diosa. Dalia le rezaba a Afrodita de rodillas, con lágrimas en sus ojos, rogo por su presencia.

—Diosa de amor, ten piedad. Que ya no se hacer —sus manos descansaron en su regazo. Y sus lágrimas rodeaban su rostro. Pronto una mano tomo su rostro y lo alzo. Su deseo se cumplió. Tenía a la diosa frente a ella. Mostrando elegancia y una belleza con la que ninguna mujer podría compartir.

—Dalia Zabat –Dalia de inmediato se arrodillo plantando su rostro a sus pies.

—Mi señora, oh piedad mi señora, soy fiel esclava suya.

—Levántate. –Demando Afrodita, en cuanto la vio fijamente, pudo ver el desprecio que le tenía la diosa –No eres ni bella –susurro la diosa para sí.

—Mi señora, por favor... tenga piedad de mí.

—¿Qué es lo que quieres de mi mortal?

—Mi señora, yo... yo no he podido darle un hijo a mi esposo. Yo...

—¿Qué quieres?

—Hijos mi señora. Anhelo darle a mi esposo hijos –Afrodita le sonrió a la que sería su nueva esclava, tenía delante de ella su medio para lograr la venganza contra Naxos y este iba aprender el por qué no le debían decir no a Afrodita.

—Muy bien...

—¿Lo hará mi señora?

—Lo hare Dalia, pero sabes que lo tienes que pagar. En la vida todo se tiene que devolver. Le tienes que retribuir. Asi que me vas a ofrecer mortal.

—¡Hare lo que sea mi señora! ¡Lo que sea!

—Tendrás a tu hijo, pero a cambio me tienes que dar tu vida –El color de su rostro se fue en cuanto escucho los requerimientos de la diosa.

—Mi... mi vida, pero...

—No hay peros.

—Mi señora yo... ¿No podre ver a mis hijos crecer? No...

—Quieres tu deseo, lo puedo hacer realidad, pero solo puede ser, dando vida por vida.

—Mi señora...

—Lo tomas o lo dejas Dalia –Dalia quedo en silencio mirando a la diosa, no quería dejar a su hijo solo en el mundo, ella tuvo que afrontar una vida sin su madre y no quería que su hijo viviera lo mismo y al mismo tiempo quería darle una razón de ser a Naxos. Algo porque luchar. Él lo merecía. Naxos anhelaba tanto ser padre como ella Por lo que solo pronuncio unas simples palabras.

—Yo acepto mi señora.

—Muy bien mortal —con una sonrisa se evaporo en el aire.

EGEO _ El secreto de PoseidónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora