CAPITULO 33

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—Eres realmente guapo Naxos de Alba Longa. Ya se porque esas mujeres se derretían en tus brazos.

—¿Por qué subes precisamente del inframundo Hades y me escoges a mí?

—Soy un buen dios. Acudí a tu llamado mientras delirabas. Siéntete afortunado. No suele pasar de seguido... —Hizo una pausa viendo el aspecto fuerte del soldado —ahora has que me sienta orgulloso soldado.

—¿Qué quieres decir?

—Querías venganza... pues tómala —susurro para Naxos —Allí afuera están los soldados que te golpearon y te dejaron aquí pudriéndote en tu propia mierda. Allí afuera están quienes tomaron tu pueblo y lo hicieron perecer ante el fuego naciente del amanecer. Allí afuera están quienes mataron y torturaron a tus propios hombres. ¿Quieres solo a la chica? No lo creo Naxos de Alba Longa. Tienes a todo un regimiento. Tómalo a tu antojo...

—¿Y ya está?

—Y ya está. Solo avísame cuando termines. Tenemos cosas que hacer soldado —seguido desapareció en la oscuridad de la celda.

Antes no conocía el odio. Conocía el esfuerzo, la lealtad, la lucha máxima por mantener su hogar a salvo.

Todo eso desapareció. Sus soldados dieron la vida por la ciudad. Su amigo quien le había dado toda su confianza. Tan solo lo defraudo. El dolor que sentía su alma no se comparaba con ningún otro malestar.

Si antes no le era posible odiar a alguien, Naxos ahora lo sabía con claridad lo que el sentimiento representaba, sentía que toda la oscuridad se apoderaba de su cuerpo. Muchas cabezas iban a rodar ese día. No iba a dejar Alba Longa sin ninguna represaría. Asi que tomo su espada por la empuñadura. Se acomodo su armadura y abrió la celda en donde había padecido esos días. Camino con determinación por aquel túnel. Estaba levemente iluminado por las antorchas. No había vigilancia cerca. Pensaron que iba a morir allí.

Que vueltas daba la vida. Tenia que cruzar una esquina. Sabía que allí había un puesto de vigilancia. Y por lo visto allí había un soldado.

Uno solo.

—¿Quién está allí? –pregunto el soldado.

—No es nadie –respondió Naxos, saliendo entre las sombras.

—Comandante Naxos... debería estar en el calabozo –comento el soldado riéndose de el —¿Cómo lograste salir? Hace falta que entierre mi espada en tu corazón. Le dije a mi comandante que me dejara hacerlo. Ahora tengo la oportunidad —soltó una carcajada. Aquel hombre acerco su mano lentamente hacia la empuñadura de su espalda, para asombro de Naxos, podía leer sus movimientos, su vista era más aguda, los olores se realzaban aún más. La inmortalidad tenia sus ventajas. Ya después se arrepentiría de haber aceptado a Hades en su vida.

—¿Dime que vas a hacer soldado? —le pregunto Naxos esquivando su espada.

—Qué bueno que lo preguntas, porque estoy seguro que mi comandante estará complacido en matarte en persona. Pero creo que me adelantare.

—No si lo hago primero –el cogió su espada y la blando hacia Naxos, pero este fue más rápido y logro atravesarlo. El soldado quedo inmóvil viendo la espada en su vientre. La sangre empezó a salir en abundancia. Su boca empezó a escupirla y para su sorpresa sus ojos vieron como sombras surgían de las paredes, tomaba su alma y desaparecía. El cuerpo del soldado cayo inerte al suelo.

—"No va a ser algo tan aburrido después de todo". Naxos no sentía nada en su interior. Estaba muerto. Su vida termino en el momento en el que Amulio mato a su Numitor. Pero no iba a dejar impune su recuerdo. Ahora iba a disfrutar de verdad el vengar a su amigo, a su pueblo, a sus soldados.

EGEO _ El secreto de PoseidónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora