XX

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T/N


Gracias a la capacidad especial de los centauros para viajar, llegamos a Long Island poco después de que lo hiciera Clarisse.

Cuando llegamos al campamento, los centauros tenían muchas ganas de conocer a Dioniso. Les habían dicho que organizaba unas fiestas increíbles. Pero se llevaron una decepción, el dios del vino no estaba para fiestas precisamente cuando el campamento en pleno se reunió en lo alto de la colina Mestiza.

En el campamento habían pasado dos semanas muy duras. La cabaña de artes y oficios había quedado carbonizada hasta los cimientos a causa de un ataque de Draco Aionius (que, por lo que pude averiguar, era el nombre latino de un lagarto enorme que escupe fuego y lo destruye todo). Las habitaciones de la Casa Grande estaban a rebosar de heridos; los chicos de la cabaña de Apolo, que eran los mejores enfermeros, habían tenido que hacer horas extras para darles los primeros auxilios.

Todos los que se agolpaban ahora en torno al árbol de Thalia parecían agotados y hechos polvo.

En cuanto Clarisse cubrió la rama más baja del pino con el Vellocino de Oro, la luna pareció iluminarse y pasar del color gris al plateado. Una brisa fresca susurró entre las ramas y empezó a agitar la hierba de la colina y de todo el valle, todo pareció adquirir más relieve: el brillo de las luciérnagas en los bosques, el olor de los campos de fresas, el rumor de las olas en la playa.

Poco a poco, las agujas del pino empezaron a pasar del marrón al verde.

Todo el mundo estalló en vítores. La transformación se producía despacio, pero no había ninguna duda: la magia del Vellocino de Oro se estaba infiltrando en el árbol, lo llenaba de nueva energía y expulsaba el veneno.

Quirón ordenó que se establecieran turnos de guardia las veinticuatro horas del día en la cima de la colina, al menos hasta que encontráramos al monstruo ideal para proteger el vellocino. Dijo que iba a poner de inmediato un anuncio en El Olimpo Semanal.

Entretanto, mis compañeros de cabaña llevaron a Clarisse a hombros hasta el anfiteatro, donde recibió una corona de laurel y otros muchos honores en torno a la hoguera.

A Percy, Annabeth y a mí no nos hacían ni caso. Era como si nunca hubiésemos salido del campamento.

Supongo que ése era su mejor modo de darnos las gracias, porque si hubieran admitido que nos habíamos escabullido del campamento para emprender la búsqueda, se habrían visto obligados a expulsarnos. Y la verdad resultaba agradable ser un campista más, al menos por una vez.

Aquella noche, mientras asábamos malvaviscos y escuchábamos de los hermanos Stoll una historia de fantasmas sobre un rey malvado que fue devorado por unos pastelillos demoníacos, Clarisse me empujó por detrás y me susurró al oído:

"Dile a Percy que sólo porque se haya comportado una vez como es debido, no vaya a creer que se ha liberado de Ares."

"¿Por qué no se lo dices tu misma?"

"Por que seguramente va a decir algo estúpido y no voy a poder contenerme de pegarle en la cara..." luego susurró "A parte es más fácil disculparse con un pariente." 

Levanté las cejas sorprendida y la mire con una sonrisa burlona.

"Con que pariente ¿eh? No sabía que habíamos pasado a segunda base tan rápido. Ya estoy esperando el momento en el que me digas hermanita querida."

Pensé que se iría enojada, sin embargo, me devolvió una sonrisa maliciosa.

"Sigue soñando, t/n. Y cuidado porque tú tampoco te has liberado de mí."

ᴘᴇʀᴄʏ ᴊᴀᴄᴋsᴏɴ: ᴍᴏɴsᴛʀᴜᴏsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora