XIV

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PERCY


Por fin había encontrado algo en lo que era bueno de verdad.

El Vengador de la Reina Ana respondía a todas mis órdenes. Yo sabía qué cabos tensar, qué velas izar y en qué dirección navegar. Avanzábamos entre las olas a unos diez nudos, según calculé. Y lo bueno es que incluso comprendía qué velocidad era ésa. Para un barco de vela, bastante rápido.

Todo parecía perfecto: el viento a favor, las olas rompiendo contra la proa... Pero ahora que nos encontrábamos fuera de peligro, sólo conseguía pensar en lo mucho que echaba de menos a Tyson, en dónde podría estar Annabeth y en la inquietante situación de Grover.

Tampoco conseguía quitarme de la cabeza mi estúpida manera de complicar las cosas en la isla de Circe. De no ser por t/n, todavía sería un pequeño roedor agazapado en aquella jaula junto a un puñado de piratas peludos. Pensé en lo que Circe me había dicho: «¿Lo ves, Percy? Has liberado tu verdadero ser.»

Aún me sentía cambiado. No sólo porque tenía un repentino deseo de comer lechuga, sino que, además, me notaba asustadizo, como si el instinto de un animalito despavorido formase ahora parte de mí. O quizá siempre había estado allí. Aquello era lo que me preocupaba de verdad.

Navegamos toda la noche.

t/n intentó echarme una mano en el puesto de mando, pero navegar no era lo suyo. Tras unas cuantos minutos al timón, se distrajo mirando a los peces que saltaban y desvió un poco el barco.

Yo observaba el horizonte. Divisé monstruos más de una vez. Vi un penacho de agua tan alto como un rascacielos elevándose a la luz de la luna. Luego una hilera de púas verdes se deslizó entre las olas: un reptil, o algo así, de unos treinta metros de largo. No tenía muchas ganas de averiguarlo.

También llegué a ver nereidas, los brillantes espíritus femeninos del agua. Les hice señas, pero desaparecieron en las profundidades, dejándome con la duda de si me habían visto o no.

Poco después de medianoche, t/n subió a cubierta. Precisamente en aquel momento pasábamos junto a una isla con un volcán humeante. El agua en torno a la orilla burbujeaba y despedía vapor.

"Una de las fraguas de Hefesto." dijo t/n "Donde construye sus monstruos de metal."

"¿Como los toros de bronce?"

Ella asintió.

"Da un rodeo. Y ponte a una buena distancia."

No necesité que me lo repitiera. Nos alejamos de la isla y muy pronto no fue más que un borrón de neblina roja a popa.

Miré a t/n. Estaba parada a mi lado. Los brazos apoyados en el borde del barco, mirando hacia el horizonte. Su pelo se movía gracias al viento junto al vestido blanco que le habían puesto en la isla de Cirse. Al vestido le había arrancado la parte de abajo hasta las rodillas porque le resultaba demasiado incómodo para luchar. En la piel descubierta todavía tenía las marcas de los picotazos que le hicieron los pájaros demonios en el campamento.

"¿Sabes por qué Annabeth odia tanto a los cíclopes?"

 Ella negó con la cabeza.

"Se que está relacionado con la muerte de Thalia, pero nunca me quiso contar mucho. Aunque me muero de intriga nunca traté de presionarla, es algo que Annabeth nos tendrá que contar cuando esté preparada."

Asentí entendiendo su punto.

"Y..." volví a hablar cambiando de tema "¿Cómo viene siendo tu vida como hija de Ares?"

ᴘᴇʀᴄʏ ᴊᴀᴄᴋsᴏɴ: ᴍᴏɴsᴛʀᴜᴏsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora