Días después de habernos mudado a nubloso pueblo de Washington, mamá decidió que sería una buena idea empezar en el instituto. Lo cuál me resultaba emocionante debido a que quería conocer personas nuevas rápidamente. Bianca iría a una primaria de La Reserva por lo que tendríamos que hacer doble viaje casi todos los días, me iría con Tobías en su auto hasta que mi mamá dejara sacarme la licencia y poder irme por mi cuenta, pero no me molestaba usar al castaño como chófer.
Hoy empezaría el colegio, era lunes a las seis de la mañana con la brisa mañanera pero extremadamente fría y fresca entrando por mi ventana, haciendo que las cortinas de color pasteles revolotearan alegremente. Me sentía bien, ansiosa, por empezar una nueva vida lejos de el ambiente depresivo en el que nos habían dejado allá en Florida. Pensé que aquí podríamos iniciar de cero, hacer nuevos amigos, conocer nuevas personas y vivir experiencias al máximo.
Sentía el precioso aroma del desayuno entrando por la puerta de mi habitación ya abierta sumado al olor del bosque y la tierra mojada, tomé mi mochila junto a mi celular con mis audífonos para disponerme a bajar y comerme mi desayuno antes de que Tobías llegara. La casa me seguía pareciendo inusualmente preciosa y acogedora a pesar del clima tan frío, por dentro todo estaba tan cálido que me hacía querer aplastarme en nuestro nuevo sofá y dormirme por horas.
Mamá cantaba, y movía sus caderas al compás de Material Girl de Madonna. Una cantante que mi madre adoraba con toda fibra de su hermoso ser, y que inconscientemente mi hermana y yo también admirábamos. La ví tan feliz, cómoda, que mi mente maquinó el hecho de que estaba mejor lejos de mi padre. A un lado del mesón, Bianca comía de manera lenta y perezosa con esa mirada de sueño en su pequeña carita sonrosada, le di un besito en la cabeza una vez que entré a la cocina y pasé por detrás suyo, mientras que a mi mamá le daba un abrazo de costado y le decía un feliz "buenos días".
—Me encanta cómo se te ve esa falda, buena elección de colores —mencionó una vez que me entregó un plato con mi desayuno, sonreí a sus palabras. Llevaba puesta una sencilla falda de cuadros negra con pequeños detalles lineales marrones que si veías de cerca notarías mejor, con una camiseta corta blanca con mangas ceñida a mi torso que dejaba ver una parte de mi abdomen (sólo un poco), las típicas converse clásicas negras que casi todo el mundo tenía y un cárdigan marrón claro, que era demasiado cómodo.
—Gracias. Quise vestirme sencillo —me senté junto a Bianca, dándole un empujoncito para que despertara. Su respuesta fue verme aburrida.
Segundos después mamá se nos unió y se sentó del otro lado del mesón, que estaba frío. Por la bocina que habían puesto en uno de los estantes de la cocina podía oír como sonaba alguna canción de los Beatles, y comimos gustosamente en un silencio cómodo.
